No llores más, abuela

La abuela en su boda con su hermana, la tía Pili. 1970.

Desde hace dos días hay una persona menos en el mundo. Desde hace dos días hay una abuela menos en el mundo. Cómo quisiera desenterrarte y besarte las mejillas millones de veces, desenterrarte y entregarte la mitad de mi vida para que volvieras a hablarnos, a decirnos que nos quieres, que todo irá bien y que volverás a sonreír a nuestro lado. Abuela, por ti haría lo que hiciese falta. Por ti me iría a cualquier región inexistente para traerte de vuelta. Por ti inventaría máquinas incomprensibles para volver a oír tu voz, para que las palabras de cariño más tiernas y cálidas volvieran a brotar desde tus labios. Abuela, siento como si en mi corazón hubieran crecido púas. Me duele muchísimo haberte dicho adiós tan pronto, con tan solo 76 años; me duele tanto como si me rajaran por la mitad el pecho con un hierro candente, como si me lo rajaran sin ningún tipo de compasión ni templanza. No quiero pensar que ese adiós es el definitivo, pues ningún adiós lo es. La palabra adiós y la palabra esperanza se parecen mucho: yo las he amasado en mi pecho mientras te daba un beso en la frente, como siempre hacía, y sentía un frío extraño en mis labios; tú, esbozando una sonrisa invisible, dormías en tu cajita y descansabas, por fin, de todo el calvario que has sufrido durante los últimos 16 meses. El abuelo y papá me querían retirar, pero yo me hubiera pasado toda una eternidad allí, contigo, a pesar del frío y del silencio; a pesar de la lluvia y de los claveles que se me pudren por dentro ahora mismo.

Yo agarrando la mano de la abuela. 9/2/2023.

No te hicieron caso. Ibas a los médicos en agosto de 2021. Escucho los audios de wasap que me mandabas en aquella época feliz, cuando Laura aún estaba a mi lado y tú (decías) sólo tenías un leve dolor en la tripa: será la vesícula, no pasa nada (eso me aseguraba mamá, eso queríamos pensar todos; pero yo no, yo tenía un mal presentimiento…). Yo tenía un mal presentimiento y por eso te dije repetidas veces, con más enfado que tacto (perdóname, ya sabes cómo soy…) que hicieras el favor de ir a urgencias, y no al médico del pueblo; que hicieras el favor de ir a urgencias, que no volvieras de allí hasta que te hicieran caso. Eso hiciste: fuiste a urgencias con mamá. Al fin te atendieron, aunque mal, y poco después teníamos la noticia: cáncer de páncreas. A la primera persona que se lo dije fue a Laura, a mi niña más preciosa, y ella me ayudó mucho con todo mi dolor. Recuerdo ese momento con mucha tristeza. Fue en la cocina de mi casa, recién llegado de Madrid. Mamá tenía una cara muy seria: qué es lo que pasa, qué le han dicho a la abuela / pues hijo, que tiene un tumor en el páncreas, el peor que hay. Los dos rompimos a llorar y yo pegué tres puñetazos a la pared por la rabia contenida, porque sabía que eso hubiera sido evitable si te hubieran atendido antes, abuela. Tuve que ir a urgencias porque creía que me había roto un hueso, ya que me dolía mucho y no podía abrir ni cerrar bien la palma. Por suerte, solo fue el golpe, según apreciaron los doctores en las radiografías. También recuerdo cómo fue el día en que te ingresaron: fuimos todos a verte. Estabas amarilla, muy amarilla. Tenías ictericia. A mí me dio mucha impresión verte así, tan desnaturalizada… Más tarde te leí el poema de “Dime cómo se segaba, padre”, que escribí pensando en ti y en el abuelito. Después de eso, no pude sino romper a llorar porque me sentía al borde de un pozo: tú me consolabas, me decías “bonito, no llores, que no pasa nada”, pero yo sabía que sí pasaba algo, y ese algo era tan grave y tan triste como la pérdida, como la ausencia infinita y como la muerte. Como la muerte…

Los abuelos en la boda de mis padres. 1996.

Meses de sufrimiento vinieron. Meses en los que pude sostenerme gracias a Laura y a mi familia. De repente, recuerdo cuando niño. Pienso en la tía Pili, tu querida hermana, que ya no recuerda a sus hijos ni a sus nietos ni a sus padres ni a ti tampoco. Recuerdo ser pequeño y estar con el abuelo y contigo, los tres siempre triunfantes en el Mercedes, los tres siempre cantando canciones mientras íbamos a hacer “turismo rural” (como tú lo llamabas). Recuerdo cuando me cantabas la canción del Pirulí de La Habana mientras yo me ponía el sombrero de gitano y me sentía el rey del mundo, ahí, junto a mi abuelo y mi abuela, a los cuales yo adoraba por encima de todas las cosas, por encima de todo lo que existe y lo que no existe. Repite la canción del Pirulí, repítela, y tú volvías a cantármela. Aún recuerdo el olor de tu perfume en aquella época: ese olor como de romero caramelizado que ahora no puedo describir bien porque mi lenguaje es falible; ahora recuerdo la emoción tan grande que tenía cuando os veía a los dos, a mis abuelos, tan guapos y altos, tan elegantes y fuertes; cuando me agarrabais de la manita e iba yo en medio de los dos sin miedo a nada ni a nadie, cuando me agarrabais de la mano y yo me sentía inmortal, invulnerable, el niño más fuerte del universo al lado de mis dos abuelos preciosos que conducían un Mercedes negro y me llevaban a los cochecitos en los pueblos, a los cochecitos de Toledo, de Villamiel, de un montón de lugares y yo, mientras, sintiéndome más fuerte que un dinosaurio, me daba la voltereta sujetado por vuestros brazos y os reíais, y os reíais, y os reíais, y me decíais “venga, otra, otra, vamos, otra otra”, como si vosotros os divirtierais más que yo, como si mi inocencia infantil fuera más vuestra que mía: vosotros, los niños, los niños adultos… Mis dos abuelos, sí… Mis dos abuelos perfectos que hacían pan en Portillo cada día, cada noche, de manera extenuante y a la mañana siguiente lo repartían y así una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez sin descanso. Cuánta felicidad me has dado, abuela. Y tú también, abuelo. Aún te veo detrás del mostrador, siempre con una sonrisa para mí. Recuerdo de pequeño, asimismo, cuando jugábamos en los banquitos verdes paralelos y os poníais en el banco de enfrente para que yo fuera hacia vosotros con los ojos cerrados. Yo los entreabría y me creía que os engañaba, pero vosotros no me decíais nada para hacerme feliz, para ver de manera pura la emoción que me daba el hecho de que me dijerais cosas bonitas. Ahí sonreíamos todos, muy bien mi niño guapo, ay qué listo que es mi niño, es el mejor mi niño, y nos reíamos como si la muerte no existiera y fuera nada más que un lejano sueño gris entre alcornoques rotos que se queman, y nos reíamos como si pájaros de colores fueran a cantar siempre sobre nuestras cabezas.

Los abuelos en un viaje. 2019.

Meses de sufrimiento vinieron, y gracias a Laura pude quitarme la coraza que tenía a la hora de mostrar mi amor, a la hora de sacar mis emociones a relucir. Gracias a ella pude volver a besarte, abuela, sin que vinieras tú primero a pedírmelo. Gracias a Laura me abrí en canal para vosotros, para que vierais todo el amor que yo sentía hacia mis dos abuelos preciosos, mis dos abuelos panaderos que ahora estaban tristes y ya no eran tan fuertes ni tan altos, aunque sí igual de guapos y de perfectos. Y eso hice: ser vuestro acompañante. Ir a veros siempre que podía, siempre que encontraba un hueco libre, ya estuviera en la universidad (curso pasado) o de profesor en la academia (este curso). Me volví muchas veces a verte, abuela, desde Madrid, porque estar tan solo un segundo contigo era, para mí, un tesoro de incalculable valor y belleza. Aunque no hubiéramos pronunciado palabra, estar contigo durante un segundo era para mí el mayor aluvión de felicidad que podría yo tener. Por eso iba y venía de Madrid las veces que hicieran falta. Por eso encontraba huecos inverosímiles solo para verte, para preguntarte que qué tal, para darte un besito en la frente como siempre yo hacía y para darte un poquito la mano; para que me la apretaras con fuerza, como hacías cuando tan solo era un niño inocente. Recuerdo ese día, ese triste viernes cuando te acababan de operar: llegué al hospital y estabais los dos llorando, el abuelo y tú. Tú, tumbada, casi sin fuerzas para abrir los ojos; él, de pie, mirando hacia abajo como quien reza sin esperanza. Qué pasa, os pregunté. Tú no dijiste nada. El abuelo no quería decírmelo porque es así, se lo guarda todo para sus dentros porque no quiere causar dolor a los demás aunque él esté destrozado. Le insistí mil veces hasta que me lo dijo: le habías comentado que eso ya era el fin, que te estabas apagando. No osbtante, yo sabía que eso no era así, que estabas así de mal por la operación reciente y no por tu cáncer. Me hice el duro: esta vez tenía que ser yo el alto, el fuerte, el guapo, el elegante, y mi obligación era haceros sentir como dos abuelitos invencibles e inmortales. Y eso intenté, no sé con qué grado de éxito. Con una pena igual de grande que un mar dentro de mi corazón, os intenté centrar; intenté racionalizar la situación: abuelo, que la abuela está así por la operación, lo que hay que hacer ahora es ir poquito a poquito y ya verás cómo mejora / abuela, estás así por la operación, ahora tienes que ir poquito a poco, abuela, y ya verás, yo voy a estar aquí siempre contigo, te quiero. No podía más. Eso me destruyó por dentro: veros así de frágiles, de vulnerables, de tristes, a dos personas que para mí habían sido como dos colosos de acero… No pude más… No pude. Y por eso me fui a ver a Laura, y allí, en su casa, lloré y lloré a pleno pulmón mientras ella me abrazaba y me tranquilizaba. Ella siempre ha sido mi ángel salvador, mi princesa bonita, mi frambuesita. Ella me abrazaba y me tranquilizaba, me decía que todo iba a salir bien con su voz dulce y pausada, tan serena y cariñosa y esperanzante. Yo le di mil besos a mi Laura, a mi niña, mil besos le di, y le dije que yo tenía que ser fuerte por todos, porque iban a venir tiempos difíciles. Os quiero mucho a los tres: abuelos, Laura. Os quiero muchísimo. Laura: muchas gracias por ser como eres, por ayudarme siempre que lo he necesitado. Gracias infinitas, gracias de corazón. Os adoro.

La abuela en el hospital. Finales de 2022.

Ahora escribo esto tumbado en mi cama. Escribo en el móvil. Mientras, me cubro las piernas con la mantita que siempre tenías, ya fuera en el hospital o en casa (aún huele a ti). La mantita que siempre te daba calor cuando tenías demasiado frío. La mantita que te dio mamá. También llevabas una pulsera que te regaló Lauri y no te la quitabas ni aunque te pusieran una vía en la muñeca: así valorabas tú los gestos, los elementos simbólicos, el inmenso amor condensado en un objeto pequeño, el cariño como escudo frente a la adversidad y la muerte. Desde primaria hasta bachillerato fui a comer contigo y con el abuelo. Desde primaria hasta bachillerato, cada día, cada año y cada curso yo me presentaba en tu casa deseando que me hubieras hecho huevos fritos, patatas, croquetas o calabacín rebozado. Yo me sentaba, tú llegabas y me ponías el delicioso plato hecho con todo el amor del mundo. Me dabas vida, me acompañabas fielmente y de manera absolutamente incondicional, al igual que he hecho yo contigo hasta el último día. Por eso he acariciado tu cajita hasta que te han bajado hacia abajo, por eso he mirado mientras te tapaban con ladrillo: la incondicionalidad que tú tuviste hacia mí, que tú me enseñaste, tenía necesidad de devolvértela como mayor muestra de mi amor, de mi afecto infinito. Cuando me tuve que ir a Madrid, a la universidad, siempre me hacías una comida: calabacín rebozado. Me encantaba. Lo hacías genial. A Lauri, tu pitusi, mi hermana, le hacías sopa maravilla y los dos estábamos tan contentos. No sabíamos que años después echaríamos tanto de menos esas comidas, ese cariño que nos dabas de manera tan tan tan tan tan tan honda, tan diáfana. Como ya no podía ir todos los días a comer, esa era tu manera de estar un poco más cerca de mí: hacerme calabacín rebozado para que me lo llevara a Madrid en un táper. Esa era tu manera de echarme de menos, de tenerme un poco de tiempo junto a ti. Echaré de menos tus comidas, tu risa, tu voz, tus expresiones faciales y verbales, tu caminar por la casa y tus pequeñas historias, abuela. Siempre, cuando estabas ingresada por primera vez, recordabas momentos de mi niñez y me los contabas: esa era tu felicidad, tu preciosa afición y también tu manera de salvarte: los recuerdos nos salvan. Cuando el abuelo te extraía 1 litro de bilis vía nasal cada día, y cada día te cambiaba los pañales con una pena infinita, tú, mientras, recordabas nuestra niñez, recordabas a Diego, tu niño bonito, corriendo por la panadería y saltando por los bancos y los sillones, tu Diego bonito comiendo carbón dulce, comiendo migas de pan y jugando con el primo Germán entre los canastos. Yo nos recordaba jugando al cuatro en raya: tu niño, las piezas rojas; tú, las blancas. Yo nos recordaba jugando al cuatro en raya después de comer y de que hubiera yo hecho los deberes, esperando a que llegara mamá de trabajar. Ahora recuerdo eso. Siempre quería ganarte (y a veces lo hacía), pero estoy seguro de que te dejabas, te dejabas…

La abuela en la boda del tío Angelito y la tía Gema. 2003.

Los recuerdos nos salvan, abuela. Qué estarás recordando tú ahora, en estos momentos, en estos instantes… Qué estarás recordando debajo de la tierra, tan solita y tan fría, allí, debajo del cemento y de los ladrillos, sin el calor de mi mano a tu lado; qué estarás recordando, corazón mío, sin yo poder estar ahí abajo contigo, acompañándote en tu último y sombrío trayecto hacia ningún sitio; qué estarás recordando encima de las encinas y de los pinares, encima de los lagos y de las nubes blancas del cielo; qué estarás recordando para que ahora mismo yo te sienta tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, tan silenciosa y tan alegre a la par, tan distante y tan cálida de manera unísona… Qué estarás recordando, abuela, qué estarás recordando; con quién y dónde estarás, a quién habrás visto o habrás dejado de ver… Ojalá… Ojalá la abuela María te haya preparado un tazón de leche con pan para desayunar y el abuelo Germán, al que yo conocí durante unos meses, te llene la frente de besos al igual que yo hacía siempre que te veía, siempre que nos despedíamos. Deseo que ese haya sido tu recibiendo en aquel lugar sin nombre ni fecha, sin espacio ni tristeza. Te recuerdo levantando la manita, ya muy flaca y sin fuerzas, ya casi sin carne, diciéndome adiós; tú, sentada en el sofá, agarradita a la mesa; yo, en la puerta, preparándome para encaminarme hacia las escaleras. Tus ojos llenos de pena, el esfuerzo que te costaba hacer un movimiento tan simple… Mi corazón destruido cada día debido a esa imagen, tú llorando mientras decías que te querías morir, que íbamos a sufrir mucho… Llorabas por nuestro sufrimiento, mas no por el tuyo. Llorabas por lo que iba a pasar cuando ya no estuvieras, no por lo que sucedía en tu presencia. Así de grande tenías el corazón. Así de grande. Tal era tu eterna generosidad, tu grandioso amor. ¡¡¡ABUELA, NO LLORES. NO LLORES MÁS!!! SÉ FELIZ POR LOS MOMENTOS QUE HEMOS COMPARTIDO, ABUELA. NO LLORES MÁS, SIEMPRE ESTAREMOS CONTIGO. SIEMPRE ESTAREMOS JUNTOS, COMO DICE LA LAMPARITA QUE TE REGALÉ PARA REYES. NO LLORES MÁS, MI VIDA. DEJA DE SENTIR ESA PENA TAN GRANDE QUE TE HORADA EL PECHO. ABUELA, TE QUIERO MUCHO, NUNCA LO OLVIDES. AUNQUE NO ME RESPONDAS YO SÉ QUE ME OYES. ABUELA, TE QUIERO MUCHO, NO SUFRAS MÁS, NO LLORES MÁS, NO SIENTAS MÁS DOLOR, ABUELA. NO QUIERO QUE ESTÉS TRISTE MÁS VECES, NO TE MERECES ESTO, ABUELA. NO LLORES MÁS, NO QUIERO VER TUS LÁGRIMAS, ABUELA. SI QUIERES LLORAR, AQUÍ TIENES MIS OJOS PARA HACERLO, PERO TÚ NO LLORES MÁS, NO ESTÉS ASÍ DE FRÍA, ASÍ DE SILENCIOSA, ASÍ DE DISTANTE, NO LLORES MÁS, ABUELA. NO LLORES MÁS, NO LLORES…

La abuela con nosotros en casa. Ca. 2006.

Y siempre con tu triste positividad a cuestas. Siempre dándole ánimos al pobre abuelo, que estaba abatido y derrotado desde el primer día. Siempre diciendo “con esto vamos a poder” aunque supieras que no, que no íbamos a poder. Siempre así. Cuando te rapaste el pelo debido a la quimio, en vez de apenarte lo recibiste con alegría (o eso nos hiciste creer). Mira qué guapa estoy así, me dijiste. Tenías muchas ganas de empezar con el tratamiento, pero tu cuerpo no pudo soportar la quimioterapia. Cada día peor, cada sesión peor… Dos tipos diferentes de quimioterapia y ninguna iba bien… Una insuficiencia cardíaca, anemia, bajada de defensas, bajada del PH, ayuno constante… Eso era lo que tenías que soportar. Ojalá yo hubiera podido soportar físicamente alguno de los males que te vinieron para aliviarte la carga, para hacerla más llevadera; ojalá haber sido más útil en ese sentido… Pero no, yo solo tenía besos para darte, besos para darte y cariño a raudales, y cariño sin límites… Que lo sepa todo el mundo: nosotros dos hicimos de la despedida un ritual íntimo. Siempre, desde pequeño, cuando me iba en el coche de mamá, salías a la puerta a mover la mano en signo de adiós. Eso se me ha quedado marcado a fuego. Ya sea en el hospital, en el tanatorio, en casa, en el cementerio, donde sea, yo he seguido moviendo la mano para decirte adiós, para decirte adiós, para decirte que las despedidas y la esperanza son lo mismo, para decirte que ambas se entremezclan y dan como resultado algo muy simple: las alegres bienvenidas. Quiero verte pronto, abuela. Quiero verte pronto. Quiero verte en sueños, en mi memoria, en donde sea. Quiero hablar contigo, quiero darte más besos en tu frentecita. Por eso yo, abuela, te doy la bienvenida. Ojalá verte pronto. Te amo.

Todos en la boda del tío Angelito y la tía Gema. 2003.

Escucho los audios que me mandabas. Escucho el audio que me enviaste para felicitarme mi cumpleaños número 23. En él dices lo siguiente: te quiero mucho, mi niño bonito. Ojalá cumplas muchos más y esté yo en tu compañía para verte. Te quiero mucho//. Lo dices medio llorando, medio con pena, porque sabías que, a pesar de tus palabras, esa era la última vez en la que me ibas a felicitar el cumpleaños. Esto me genera muchísimo daño, abuela. No sabes cuánto me duele esto. Me duele muchísimo verte triste, verte llorar, verte mal. No llores más, abuela. No llores más. Yo siempre estaré contigo, yo siempre estaré junto a ti. Ojalá estar bajo tierra acariciando tu manita, dándote besos y hablando contigo. Ver a una persona tan frágil, tan delicada ya debido al deterioro producido por su enfermedad, llorar de esa manera, es algo que me produce una pena tan inmensa y dolorosa como el universo. Yo mismo estoy llorando ahora mismo, pero tú no llores más, abuela. No llores más. Te amo, te amo…

Todos en mi graduación de la ESO. 2015.

Qué orgullosa estabas de que yo fuera poeta. Te escribí una carta en tu primera estancia en el hospital. Te la leí. Yo estaba destrozado. Tú, con mucha emoción, lloraste y me diste un abrazo muy grande. Necesitaba eso. Necesitaba declararte mi cariño de esa manera. Necesitaba hacerte feliz para paliar, aunque fuera un poco, el dolor que tenías. Yo creo que lo conseguí. Después, pusiste esa carta en la pared del salón, en un marquito, y los psicólogos de paliativos te preguntaron por ella cuando vinieron a hablar contigo. Dijeron: ¿y esa carta? Dice cosas muy bonitas / me la ha hecho mi nieto, es que es poeta. Y lo decías con tal orgullo, con tal satisfacción, que no cabías dentro de ti. Cuánto me querías, abuela, cuánto. Siempre decías “Diego tiene más años que los que le corresponden”. Siempre decías “Diego tiene un nivel de responsabilidad y de conocimiento más grande…”. Yo también estoy muy orgulloso de ti, de tu calma, de tu paciencia, de tu entrega hacia nosotros, de tu pasión, de tu candidez, de tu bohonomía, de tu amor incondicional… Has sido la abuela que cualquiera hubiera querido tener, la abuela más perfecta que existe. Has sido lo mejor que he tenido. Me hubiera encantado ganar algún premio de poesía antes de tu fallecimiento para podértelo dedicar en vida. Sé que volverás a observarnos con tus ojos de niña, entre pinares de luz y atardeceres lejanos: esa es la dedicatoria de “Elegía del amianto”. Sé que volverán las nochebuenas, los guisos, las zambombas y los cantares del abuelo. Volverán todas las cosas que nos hacían felices. Celebraremos las bodas de oro con el abuelo, y también tu cumpleaños. Y sé que estarás con nosotros, que volverás y nos darás un beso enorme a cada uno. Mamá tendrá tu calor, el tío Angelito tendrá tus besos, el abuelo tendrá tu voz, Sergio tendrá tu risa, papá tendrá tus gestos, la tía Gema tendrá tus decires y Lauri, tu pitusina, tendrá tus manos, esas preciosas manos con las que nos acariciabas. Yo tendré tu felicidad, tu alegría, tu gozo, tu dicha por vernos a todos juntos de nuevo, juntos, siendo la familia que siempre hemos sido, invencibles e inmortales como las piedras de las pirámides, los 9, sí, los 9 juntos frente a la existencia perpetua de la muerte, frente a la inexistencia que se torna en algo insignificante al lado de nuestro amor, de nuestros besos, de nuestros abrazos, de nuestra unión, de nuestra eterna unión. Juntos contra la adversidad de la muerte. Juntos contra la adversidad de la ausencia. Yo cuidaré a Laura y a mamá, yo las cuidaré. Me pasaste ese relevo cuando estabas ya muy enferma; ese relevo que tanto apreciabas, que tanto amabas… yo lo honraré como se merece, abuela. No lo dudes.

Foto elegante con los abuelos. Ca. 2007.

Laura, me encantó que fueras a ver a mi abuelita cuando estuvo ingresada por primera vez. Me encantó que le dijeras, con tu voz tan dulce y serena, con tu voz que da paz, que da tranquilidad: hola guapa, hola mi niña. Eso me encantó, Laura. Eso jamás se me olvidará, de verdad. Sois dos de las personas más importantes de mi vida, y ver esa unión entre vosotras me hizo el hombre más feliz del mundo. Ahora voy a transcribir la carta que le hice a mi abuelita:

Amada abuela:

Cada noche, antes de irme a dormir, observo dos fotos en las que apareces: en una estás vestida de novia, sonriente sobre el río Tajo y la majestad del alcázar de Toledo; en la otra, apareces feliz, en el día de mi graduación, junto a todos nosotros: yo apoyo mi brazo sobre tu espalda, mientras, alzas tu mirada hacia el horizonte. Cada noche observo estas fotos porque pienso en todos los momentos que hemos compartido. Recuerdo el día en que fuimos a una feria y no había atracciones para niños pequeños: el abuelo dio la vuelta y, mientras me cantabas la canción del pirulí, encontramos un pueblo donde hubo, finalmente, un sinfín de cochecitos. ¿Te acuerdas del día en que mi clase entera fue a visitar la panadería? Me habías preparado un sombrerito y un delantal nuevo para que figurara a vuestro lado como un panadero más. Ese día, indiscutiblemente, fue uno de los más felices de mi infancia: yo quería ser como vosotros, quería ser alto, fuerte y divertido; quería vestir una corbata y un sombrero negro de gitano; quería amasar el pan y dorarlo en el horno; quería llevaros a Talavera con el Mercedes; quería, en definitiva, vivir a vuestro lado, pues me admiraban todas las cosas incomprensibles, difíciles y enigmáticas que hacíais. Protagonizasteis los mejores momentos de mi vida temprana. Fuisteis el sostén de un niño inquieto, guerrero y escurridizo. Cuando Germán venía a la panadería, siempre desordenábamos los canastos, ¿recuerdas? Construíamos cuevas con ellos, laberintos, senderos perdidos en tierras lejanas; y ahí estabas tú, observándonos con todo el amor, con toda la bondad del universo sobre tu hondo pecho de abuela. Ahora, pasados los años, sé que sonreías, que pensabas en nuestra dulce inocencia aunque dejáramos todo hecho un desastre. Después, volvías al mostrador, a tu paciente mostrador: desde allí me viste crecer, alcanzarte en estatura, superarte, ir al instituto, volver a por tus besos, empezar la universidad, conocer a Laura.
Cuántos momentos pasados echo de menos, abuela. Cuántos instantes quisiera volver a repetir en tus brazos, a vuestro lado, con vosotros. Cuántas palabras de agradecimiento se han acumulado en mi corazón. Siempre me has mostrado el interminable amor, la infinita bondad que me guardas. Por eso quiero que sepas que jamás te soltaré la mano. Siempre tus dedos estarán cubiertos por los míos, defendidos por los míos, como lo están ahora. Sé que volverás a caminar por casa, por los pasillos, por las verdes habitaciones. Sé que tus guisos de Navidad volverán a sorprendernos. Sé que volverás a cocinarme ese calabacín rebozado que tanto me gusta, y me lo llevaré a Madrid para comérmelo mientras pienso en esas piruetas que hacía, cuando niño, sostenido por vuestros brazos. Volverán tus sopas maravilla, tus abrazos, las historias que me cuentas sobre tus padres, sobre tus abuelos, sobre nosotros. Nunca te soltaré, abuela. Nunca me separaré de ti. Tus manos… son mis manos. Mi sangre… es tu sangre. Mi amor… es tu amor.

Te quiero muchísimo, abuela.
Te quiero muchísimo.
Tu nieto te adora:
Diego.

La abuela y yo en casa. 20/9/2022.

El abuelo no está solo, todos le ayudaremos y le daremos mucho amor, mucho cariño. Estate tranquila, abuela. Él va a salir adelante. Que no te dé pena, no llores más. Todos somos muy fuertes, muy duros, igual de duros que el acero. Tú nos enseñaste a serlo. Saldremos adelante por ti, por nosotros, porque es lo que tú querrías si estuvieras aquí. Sí, saldremos adelante y las sonrisas volverán a esbozarse en nuestros labios. Sonreiremos por ti, mi vida. Por ti, por ti, siempre por ti. Te amo, abuela. TE AMO, ABUELA MÍA. TE AMO. AGÁRRAME DE LA MANO UNA ÚLTIMA VEZ, BÉSAME UNA ÚLTIMA VEZ, HÁBLAME UNA ÚLTIMA VEZ. TE AMO, ABUELA. ¡¡HASTA PRONTO!!

Allá donde estés, recibe esta carta para ti.

De tu niño bonito, Diego.

8 respuestas a “No llores más, abuela”

  1. Sin palabras me dejas… Tu abuela ya te está viendo…Tienes que seguir dándolo todo por ella, por tu familia que te rodea y principalmente por ti mismo👏👏👏👏👏👏👏👏

    Le gusta a 1 persona

  2. Tienes un corazón que no te cabe en el pecho, tu abuela estuvo, está y estará muy orgullosa de ti, que bonito haces todo siempre y desde el corazón, mucha fuerza amigo!

    Me gusta

  3. Hola, Diego. Soy Anne y me he sentido bastante identificada con tus palabras. Recuerda que yo también perdí a mi abuela hace unos años y fue una perdida que me afectó muchísimo. Aún recuerdo su sonrisa y su cabello blanco, y la forma en la que se transformaba en otra niña más para jugar conmigo. No sé si te interesa, pero he empezado un pequeño proyecto de apoyo emocional y me gustaría pedirte tu ayuda para seguir desarrollandolo. Puedes pasarte por mi página y si te interesan más detalles puedes escribirme a este enlace directo. Espero que podamos conversar 💚.
    https://wa.me/message/3PK4K6FHXK4PB1

    Me gusta

Replica a Diego Godián López Cancelar la respuesta