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¿Se ha terminado todo? En esta semana, la soledad ha pesado más que nunca. Mirar al frente y no ver sino árboles calcinados, hierbas calcinadas, nubes calcinadas, sonrisas calcinadas. La abuela tiene alucinaciones: ha visto a una mujer asomarse a la ventana del salón. No es imaginable el dolor que todo esto produce. La abuela está tomando morfina y tiene alucinaciones, o mejor dicho, visiones remotas cuya naturaleza (queremos creer) es la mera alucinación psicológica, y no otra de matiz más siniestro. La abuela se consume en el sillón y en la cama con los ojos medio cerrados, medio abiertos, medio tristes; la abuela se consume sin comida sólida y con un cable de plástico en la nariz. Sobrevive con agua, leche y zumo. Así se apaga poco a poco, poco a poco. Así se abandona a la pena más grande del universo. Yo amo a mi abuela y por ello beso su frente. Su piel escamosa me produce muchísima tristeza. No es justo que una persona que jamás hizo nada malo sufra este martirio insoportable. Echo de menos las comidas que me hacía cuando me iba a Madrid, a la universidad: el calabacín rebozado. Esa era la manera que tenía ella de estar más cerca de mí, acostumbrada durante toda mi infancia o adolescencia a hacerme la comida cuando venía del colegio o del instituto a su casa para comer. El otro día lloró cuando me fui, y yo también lloré al ver sus lágrimas brotar. Los dos rompimos en llanto. Después, me metí en el coche y puse canciones dignas de lástima de Cecilio G., con las cuales me identifico mucho; después, me fui a Toledo a ver a un amigo e intenté ignorar todo este sufrimiento sofocante; este padecer cuya presencia ahora mismo es mi mundo: la situación de mi abuela. En esta semana, la soledad ha pesado más que nunca. Ya no hay nadie que me dé un apoyo especial contra esta desgracia. Ella se fue y me dejó solo. Por eso me siento desnudo y muy vulnerable y con mucho frío, caminando descalzo por un callejón lleno de escorpiones. Así me encuentro. Sé que mi abuela estará despierta en este instante, sin poder dormir y con mucho dolor. Yo tampoco puedo dormir. Son las 3:22 de la mañana. Me rapaba el pelo al 1 para estar más cerca de tu dolor, abuela. Eso nunca se lo he dicho a nadie. Tú, sin embargo, quieres que lleve el pelo largo… bien, lo llevaré largo entonces. Te amo, abuela. No te mereces esto…
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Adiós a la universidad. Para qué fatigar la vida en la escritura de un libro que nunca nadie leerá. Para qué. Ni tan siquiera lo leerán quienes tengan que evaluarlo, acullá en los tiempos venideros. No entiendo dicha obstinación humana, dicho ensimismamiento, dicha ilusión puesta sobre cosas que no van más allá de uno mismo cual paja forzada o autolamida testicular imposible. Me han intentado convencer para que siga. Me han dicho que yo lo valgo, que soy brillante, que la universidad necesita personas como yo (¿como yo?, ¿personas desilusionadas, desengañadas, a las cuales les importan tres pepinos todo lo que se hace dentro de esos cuatro muros insonorizados?), que tengo 20 matrículas de honor, que blablabla. Quién va a hacer un doctorado si no lo haces tú, Diego, (eso me han dicho). Pues lo hará alguien menos brillante, menos inteligente y con ideas mucho más mediocres pero mucho más motivado y atontado; alguien que aún viva en los Mundos de Yupi complutenses y no vea la realidad como una cañería oxidada o como un pájaro muerto en medio de la acera. Vosotros ganáis, enemigos míos: todas las becas son para vosotros. Coméroslas con sobredosis de sueños estúpidos y butifarras. Abrid bien la puta boca, esa que no paráis de emplear para vomitar citas de autores que no habéis leído sólo para haceros los interesantes, a ver si os cabe bien el gran trabuco de la inyección bequista estatal, lleno de arterias sudorosas y palpitantes. Yo no voy a competir contra cuatro gilipollas que viven aún (AÚN, sí, AÚN) creyendo en la utilidad del ensimismamiento ABSOLUTO, PURULENTO y RIDÍCULO hasta las heces. No voy a competir con gente que aún cree que creer en uno mismo es algo beneficioso o, cuando menos, simplemente positivo.
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Soy un fracasado, y punto. Estoy con los chavales en la casita, en la casita llena de mierda donde grabaré algún videoclip para eFeKt0s dEl FrAkAs0, en la casita llena de humo y de basura y de bolsas de gusanitos vacías y de porros y de colillas y de suciedad y de papeles tirados y de recogedores de metal con óxido y de roña incrustada y de moscas y de cachos de comida podrida en el suelo y de telarañas y ratones. Los chavales: Aarón, Marcos, Víctor, Germán, Alexín, Julito, Samuel, Pollo, Calvo, Edu, Jorge, Édgar, Damián, Diego. Sillones reventados, una PS4 llena de ceniza de tabaco, pegatinas de colorines y muchos chavales pensativos, tirados en los sillones y jugando al FIFA o al Call Of Duty Mobile, esperando a que llegue mañana para irse de nuevo a trabajar mientras consumen su tiempo en la absorción del fracaso y de la inexistencia de expectativas futuras, en la absorción de un presente hidropónico; ritual de paso, ritual liminal convertido en télos, en tierra firme, en morada perpetua por imposibilidad de avance; enquistamiento de la tensión de lo fugaz y transitorio, producción de la incertidumbre incesante: resignación ante la impotencia castradora. Ellos han visto la realidad sin máscaras ni antifaces. Ellos se han follando la realidad sin condón de por medio (el condón es la universidad, amigos). Estos chavales se piensan que estoy loco y se ríen de cuando en cuando, aunque la mayor parte del tiempo pasan de mí y yo de ellos. A veces piensan en mujeres y fantasean y cuentan historias disparatadas sobre sexo, fiesta, droga y pesca. Hoy, todos pasamos de todos: no importa. Lo principal es reunirse en un lugar cuyo aspecto materializa físicamente las ambiciones futuras, y así las exorciza, produciendo una especie de catarsis velada cada noche. Con acompañarse bajo los truenos es suficiente. Ritual secreto. En la casita se hace lo que uno quiere: no hay normas. Di lo primero que se te pase por la cabeza, cualquier disparate es bienvenido sin ningún tipo de censura. Algunos ahí verán cosas raras, pero yo veo respeto y humildad. No sé, llamadme imbécil si queréis. Me encuentro cómodo con estos chavales. Siento que son como yo, aunque quizá no lo sepan ni lo sean. Yo soy una persona que sufre y que comete malas acciones, acciones egoístas para con otras personas. Tú, lector o lectora, sabes a qué personas me refiero.
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Me siento muy solo. Esa soledad me la he creado yo mismo y con ración doble de rabas me la tengo que zampar. Bueno, qué se le va a hacer. Cada vez más solo, más fracasado, con menos metas y con menos ganas de tener metas. La ambición no existe. Efectos del fracaso, a lo sumo. Mañana me levanto a las 9 y ahora son, casi, las 4 de la mañana… Desastre total. No puedo dormir porque pienso en la abuela y en su sufrimiento, y en mi soledad y en mi tristeza; y en mi madre, que sufre igual que yo o más, y también en mi pobre abuelo con depresión, y en mi padre explotado cruelmente en su trabajo, y en mi hermana que está sola con 3 desconocidas en un piso compartido de Toledo. Yo pienso en todos, en mi familia y en la soledad. También pienso en los chavales de la casita y en su inocencia, y en la inocencia de mi abuela y en la inocencia de todos los seres humanos, y en sus lágrimas y en mis lágrimas, que en este momento se me escapan por los ojos porque mi abuela llora mientras dice que le gustaría haber tenido más tiempo para estar con nosotros. Estamos todos muy solos y yo no soy una buena persona, no lo soy. Espero que alguien me comprenda, y si no, qué más da. He cometido actos muy reprobables y he creado dolor en los demás. Por eso tampoco es tan especial lo que estoy contando sobre mí… Sigo sin poder ganar un concurso de poesía. Sigo sin tener los cojones de presentarme a ninguno. Tengo envidia de los exitosos, de los felices, de los que se aman como pareja, de los que tienen una vida plena y no fingen alegría a lo largo de la jornada. Estar cerca de Cecilio G. y de Baudelaire me calma un poco. A ellos, aunque les da igual, les siento como a hermanos. Asimismo…
Adiós.
// Todos estamos íntimamente solos // J. L. B. //
D. G. L.