Bajo el mandato del granizo,
suspiramos.
SÖSTRAHDT REISEMBAUM
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En el presente post expongo la crónica bibliográfica de mi Trabajo de Fin de Máster, titulado “El concepto de transfinito en OIIII, de Héctor Hernández Montecinos: vectores nematológicos y procedimientos tecnológicos”. Su conclusión puso fin a un verano difícil y arduo. A partir de entonces nos llegaron las nubes blancas, la destrucción.
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/ Génesis /
En una tarde de a mediados de julio, me encontraba en la terraza de mi casa terminando de leer OIIII. El calor extenuante, junto a la obligatoriedad de realizar un análisis pormenorizado de todo aquello que aprehendían mis ojos, me produjo un leve episodio de saturación cognitiva. Ipso facto, bajé por las escaleras y zambullí mi cuerpo en el agua gélida de la piscina. Mientras nadaba concebí el eje vertebrador de este trabajo: la idea de que, en el libro de Hernández Montecinos, todo está hecho para traspasar cualquier tipo de frontera –ya sea literaria, individual o temporal–; todo está preparado con vocación expansiva y amplificadora, rizomática y limítrofe. Esa misma tarde encontré, a través de una búsqueda por internet, Infinito, finito y transfinito, de García Bacca; y además, me percaté de que el mismo filósofo era mencionado en OIIII: «Yo recordé entonces un extraño tratado del extraño filósofo español Juan David García Bacca, donde este habla de los tres infinitos: el disolvente, el explosivo y el expansivo» (192). Supe, así, que ya tenía los rudimentos necesarios para comenzar una investigación académica.
// Cimientos //
Primeramente acudí a un conjunto de obras bibliográficas que no sorprenderán a aquellos que ya conocen mis líneas de investigación, pues las empleo en casi todos los artículos universitarios y de mi página web. Dichos textos académicos suponen la base fundamental crítico-teórica –o filosófica– de la que parto para la elaboración de cualesquier trabajo o reflexión literaria (creo que tener unos cimientos tales es esencial a la hora de elaborar un pensamiento sistemático). La Teoría de la expresión poética, de Carlos Bousoño, es el ejemplo más evidente de ello (considero a este como el libro más importante no solo de mi ínfima carrera crítica, sino de todo el pensamiento poético y literario que me acompaña); pero a este tratado se le suman algunos otros textos como el artículo “Transitividad de la delegación autorial: poética y poesía de Ángel García López”, de Jaime Olmedo Ramos (muy útil para clarificar las complejas relaciones entre los agentes poemáticos); el microensayo “Conceptos conjugados”, de Gustavo Bueno; el libro Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, de Deleuze y Guattari (el concepto de rizoma es muy prolífico en la literatura, sobre todo a partir de los años noventa –dicha noción también es funcional para analizar la obra de otros escritores, como la del mexicano Mario Santiago Papasquiaro–); el extracto sobre la literatura sofisticada o reconstructivista, de Jesús G. Maestro (este fragmento pertenece a su monumental Crítica de la razón literaria, estudio de difícil adquisición); las definiciones sobre symploké, hipóstasis, nematología y tecnología, redactadas por Pelayo García Sierra en el Diccionario filosófico digital correspondiente a la filosofía desarrollada por Gustavo Bueno: el Materialismo Filosófico (dichos conceptos suelen servirme para estructurar los trabajos y los subapartados e ideas que quiero entretejer); y el Diccionario de símbolos, de Juan-Eduardo Cirlot.
Este último quizá sea el libro más problemático, pues el escritor catalán realiza un estudio antropológico e histórico sobre el significado de multitud de referentes simbólicos alrededor de todas las culturas del mundo. Debido a esto, no contempla la posibilidad de interpretación autológica o subjetiva de los mismos –tan común en la poesía posterior al parnasianismo–: cada poeta, a partir de aquel movimiento, parece poseer un código lingüístico propio. Por ejemplo, Cirlot afirma lo siguiente sobre el color verde: «fuerza creadora de la naturaleza, juventud primera recobrada» (459). La aseveración es válida en muchos casos, pero no a la hora de estudiar el plano real de tal color en la poesía de Lorca, donde el verde se relaciona mucho más con lo muerto o lo triste. Por ello, la utilización de este recurso ha de ser bastante cuidadosa; no obstante, a mí sí que me ha resultado fecundo en la construcción del presente trabajo, ya que lo dictado por la definición de círculo tiene relación con lo observado en el artefacto del subapartado 3.2.
/// Comunidad ///
Conocí a Fernando Ángel Moreno en 2018. En ese momento se me había encomendado la tarea de presidir la revista estudiantil En plan culto y, como consecuencia, estreché las relaciones con dicho profesor, que regía –y aún rige– el vicedecanato de estudiantes. En una de nuestras muchas conversaciones emergió el tema de su tesis doctoral: la ciencia ficción. El joven Diego no estaba muy interesado en ese asunto, así que pasó de puntillas y sin hacer mucho ruido por su vasta y muda superficie. Sin embargo, en la memoria quedan, indelebles y prístinos, los momentos en los que se ha padecido la cruda enfermedad de las ilusiones blancas, y por ello aún recuerdo aquel libro que nunca pudo seducirme en esos años ultraborgianos de soledad y fe ciega en la literatura. Ahora, acumulado el tiempo, sí me congratula la ciencia ficción, y no he podido sino acudir (cual viejo desconocido) al libro de Fernando Ángel Moreno con el objetivo de develar una de las claves de OIIII: su carácter prospectivo.
A pesar de que Teoría de la literatura de ciencia ficción me parece un libro sobresaliente y obligatorio si queremos escribir sobre la materia, he de sincerarme con respecto a un asunto: considero que, después de la actitud crítica para con el término ciencia ficción que Moreno profesa (114-117), es un tanto problemático el hecho de usar idéntica terminología para denominar a una de las subespecies de la literatura proyectiva: «Cuesta escribir este capítulo, pues se trata de un término con el que he crecido» (Moreno 114). Moreno castra el término, pero lo sigue empleando, como vemos, por ciertas cuestiones sentimentales que le añaden un encanto especial a la tesis. Quizá sería conveniente encontrar un neologismo para denominar a tal subespecie, pero desde luego yo no tengo el conocimiento necesario para hacer una propuesta seria.
Asimismo hay otros libros que he conocido a través de las personas que me rodean. Podemos mencionar Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación, de Rivera Garza, de cuya existencia me percaté en la clase “¿De quién son los textos? Reescrituras, plagios, apropiaciones y desapropiaciones”, correspondiente a la asignatura La novela hispanoamericana: del boom a la posmodernidad, impartida por Jesús Cano Reyes. (Esta referencia bibliográfica es muy prolífica en la obra de Hernández Montecinos, sobre todo en la segunda parte de la Arquitectura de la mentalidad: Debajo de la lengua. Montoya Omaña la utiliza frecuentemente en sus trabajos). Por otra parte, he de mencionar Antología poética de la especie humana, de Juan Ángel Asensio (espléndido poemario –y por eso caído en el olvido– que conocí a través de mi amistad con su autor); y El sueño de Visnu, de David Meza (supe de él a través de mi amigo y poeta anónimo Charles Pouzols). Incluso, si queremos redundar en el rasgo comunal de los ambientes librescos, puedo decir que supe de OIIII mediante la intercesión de Niall Binns, ya que allá por octubre nos invitó a asistir –a los alumnos del máster– a una conferencia que Hernández Montecinos iba a pronunciar en el Instituto Cervantes. (Y muchas más anécdotas podría narrar, pero hasta aquí han llegado las aguas dulces).
// Hallazgos //
La búsqueda sincrónica de textos especializados. Ha llegado la hora de alumbrar ese lejano instante. En las últimas semanas de julio recopilé una serie de artículos –junto a Infinito, transfinito, finito– que me serían útiles para enriquecer el aparataje bibliográfico del trabajo, además de otorgarle una mayor fundamentación y coherencia crítica. Hablo, sobre todo, de los artículos que tratan sobre intermedialidad, transmedialidad, interactividad, hibridación y la filosofía de García Bacca, tales como “Consideraciones sobre transmedialidad, interdiscursidad e interactividad” –de Bibiana Crespo–, “La literatura en expansión. Intermedialidad y transmedialidad” –de Sánchez-Mesa y Baetens–, “La filosofía de J. D. García Bacca” –de Beorlegui– (me vi obligado a buscar bibliografía sobre la obra de García Bacca, ya que es complicado comprender su ideario solamente a través de sus libros: hace un uso muy peculiar del lenguaje, llenándolo de pausas y de oraciones yuxtapuestas, lo que dificulta la correcta asimilación ideática al principio), y “Híbridos genéricos: la desintegración del libro en la literatura hispanoamericana del siglo XX” –de Francisca Noguerol–, que es el artículo más interesante que he podido encontrar sobre la materia, pues propone una taxonomía de los géneros híbridos. No obstante, creo que la bipolaridad o dualidad con la que construye su clasificación está, en la actualidad –el texto es del año 1999–, algo desfasada, ya que desde esa fecha muchas obras híbridas y misceláneas han aparecido, rompiendo y esclerotizando los esquemas de la crítica literaria. Aun así, me parece un potente punto de partida: quizá debiéramos revisar sus presupuestos para ampliarlos y adecuarlos a hoy.
Además, también me hice con los trabajos de Jesús Alexander Montoya Omaña, primer autor en realizar una tesina monográfica sobre la obra de Héctor Hernández Montecinos: Poéticas aprop(r)iadas: formas de reescritura y traducción en la obra de Héctor Hernández Montecinos (2020). Su empresa, más que servirme como sostén o médula espinal, ha producido un efecto estimulante en mis reflexiones: el tema que yo quería tratar, aparte de hallarse más claramente en OIIII –libro que no pudo leer Montoya antes de realizar su tesina, pues no había salido de las imprentas–, era una especificación oblicua del fenómeno de la transmedialidad si lo miramos en retrospectiva. Por ello no tuve la oportunidad de incluir muchas referencias a este trabajo previo.
El segundo grupo de hallazgos lo integran documentos que he ido buscando y leyendo mientras escribía estas páginas y analizaba más hondamente los textos del escritor chileno. Aquí podemos hallar, por ejemplo, el Fedro y el Timeo (cuya posibilidad de lectura he de agradecer a la Fundación Gustavo Bueno, propietaria de la página filosofia.org), o los artículos “Repasando el debate monismo versus dualismo” –de Rodolfo Puglisi– y el irónico y crítico “El autor ha muerto. ¡Larga vida al autor!” –de James C. Morrison–. La función de estos últimos es más bien complementaria: me son muy útiles para no afirmar o definir determinados asuntos –como el significado de monismo– de manera repentina y caprichosa. Haciendo, quizá, una torpe analogía, podría decirse que se asemejan a las carrocerías de los automóviles: otorgan belleza y protección a los mecanismos y piezas internos, pero el motor tiene la capacidad de funcionar a la perfección sin ellas. Así, se logra un mejor acabado en nuestra empresa académica, además de prevenirnos de posibles errores a la hora de definir o mencionar determinadas ideas que, en parte, son vox populi, o conceptos muy fértiles en las praderas literarias.
/ Imposibilidades /
Para finalizar esta microcrónica ensayística, me gustaría dar a conocer la existencia de algunos documentos audiovisuales que me hubiera gustado incluir como bibliografía. Tanto YouTube como Google cuentan con un gran número de entrevistas, conferencias y recitales de Héctor Hernández Montecinos. Aunque, por regla general, no se le presta mucha atención a este tipo de archivos, creo que de ellos supuran determinadas ideas clave a la hora de comprender la forma y los contenidos de las obras de los autores. Verbigracia, la entrevista titulada “Conversatorio OIIII (Cussen & HH)” (YouTube), donde Felipe Cussen entabla un diálogo con el escritor chileno acerca de postrera publicación, y donde existen declaraciones tan reveladoras como esta: «Un poema siempre me puso nervioso. Un poema con un título en mayúscula y alineado a la izquierda y como casi por página, me daba un poco de nervio. Y entonces yo decía: ya. ¿Cómo hacer poesía sin el poema o cómo explotar esa idea de poema? Tanto en la Divina revelación como en OIIII tuve esto presente» (29:43). Asimismo, es interesante husmear por dos conferencias: “Conf. Héctor Hernández Montecinos ‘Archivo Zurita” (donde se exponen las ideas principales de la tesis doctoral de Hernández Montecinos, la cual reconstruye la poética de Zurita a partir de documentos diversos de variada índole, como entrevistas, artículos de prensa o simples apuntes), y “Una poética latinoamericana desde Chile: Héctor Hernández Montecinos” (YouTube), conferencia creativa, donde pueden escucharse reflexiones similares: «El poema y la poesía son enemigos. No hay paz posible, aunque el único peligro de tregua es ese cadáver llamado poeta, que escribe con la mirada crispada y se hace escuchar entre las células. Todo tiene que ver con las fuerzas, las potencias, las intensidades, la rabia, el deseo, el dolor […] ante la muerte» (17:40). Esta última aseveración bien pudiera interpretarse como el perfecto resumen de este trabajo mío; trabajo en el que tanto, tanto y tanto y tanto tiempo he depositado, tanto y tanto tiempo y siempre con la incertidumbre del que camina entre obuses o entre anacondas, o del que no sabe si mañana podrá arroparse con las sábanas del estío. Quiero que esta cita de Héctor Hernández Montecinos cierre las presentes páginas, y con ellas una etapa más de una vida de un alguien que se fatiga por allá lejos, en los distantes valles de la literatura y el silencio y el anonimato. Quiero que así sea, que así se produzca mi voluntad; y así será si el lector lo aceptare de buen grado. Ahora, he de decir adiós.
Adiós.
Adiós…
8 de agosto de 2022.
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D. G. L.