Charles Pouzols: las astillas del silencio

Las cosas conseguidas, sean imperios o frases, 
tienen, porque se han conseguido, esa peor
parte de todas las cosas reales:
saber que son perecederas.
F. PESSOA, “Libro del desasosiego”, 286.

I

-[0]- Son las ocho en punto. Se abren las puertas del teatro Tribueñe. Entráis por compromiso con Ana, su directora. Esta vez, la gente no se ha interesado mucho en acudir al ciclo poético que vais a presenciar: los dos invitados son unos desconocidos y estamos a principios de junio, cuando es mucho más apetecible sentarse en el fresco césped del Retiro o tomar una cocacola en el bar de aquella piscina pública cercana, rodeada de pinos y con los edificios a unos tranquilizadores quinientos metros. El primero en leer es un joven y sentimentaloide poeta que rezuma idealismo y parece creer (aún) en la dinámica de la rapsodia y en la gloria futura. Mientras éste exhala con infinita vehemencia su diarrea pseudoversual, un tipo vestido completamente de negro y con una braga en el rostro hace fotos de manera constante y frenética, como si estuviera visualizando un ovni o la aparición de la virgen María en alguna iglesia copta; además, se mueve indeciso entre las butacas, yerra, parece tropezarse y al final acaba su espectáculo colocando su cuerpo sombrío frente a una señora de unos sesenta años para negarle, así, la posibilidad de apreciar a través de sus seniles córneas la jeta pulcra y granosa del adolescente que se halla en el escenario. Más tarde, este tipo repite la misma operación con el segundo poeta (que es mucho más maduro verbal e ideáticamente, y por ello mucho más desvergonzado y nihilista que el primero). Asimismo, la señora parece muy ofendida: el caradura de las fotos no le ha permitido disfrutar al cien por cien de las divinas palabras poemánticas, ¡vaya por Dios! A ti, sinceramente, te da igual. La poesía ni te va ni te viene: siempre has creído en la doctrina platónica acerca de los poetas, aunque no eres consciente de ello. Esto es lo único que has visto: dos fantoches aburridos haciendo una apología de la retórica, de los sonajeros verbales o de la vacuidad del lenguaje esencializado.

–[[00]]– Unos meses más tarde tu prima te invita a un recital que va a realizar, junto a unos amigos, en un bar de Lavapiés (llamado La Noche Boca Arriba, con permiso de Cortázar). Primeramente, el comienzo está programado para las nueve, pero se retrasa más de una hora. A las diez y cuarto irrumpe en el bar un hombre con barba y una chupa raída: todos le llaman «Charls» o «Charli». Charls coge el micrófono y cuenta un par de chistes mientras se tambalea ligeramente: pareciera que no está muy interesado en leer, y aún menos en adentrarse por las umbrías sendas de la poesía. Tiene un vaso de cerveza en una mano y en la mirada un hálito de ausencia que contrasta violentamente con su sonrisa afable, irónica y jocosa. Todos sabéis que está borracho, y por ello os sentís decepcionados a pesar de vuestro inicial desinterés hacia el espectáculo poético. Finalmente, después de un par de anécdotas graciosas y un monólogo grotesco improvisado, recita unos versos de forma rápida y entrecortada, como si a la vez estuviera ingiriendo las más amargas babas de una litrona perdida: «La pintura sobre el lienzo del mundo, las burbujas han quemado mi / lengua como una antorcha de mármol golpeando contra mi pecho. // Con el vicio devorando mis piernas y los rostros frente a mí, // \Manoseando el aire\ // mirándome fijamente con los párpados fijos en el espacio, los párpados inconsecuentes, centrados /  sobre sus miradas, entran en mi castillo». Cuando cesa su voz, no dice más nada: se retira serenamente hacia un grupillo y da la espalda a la tarima. Entonces, sin poderlo remediar, te acuerdas de ese molesto tipo que hacía fotos compulsivamente en el Tribueñe: quizá fuera él. No lo sabes, y nunca lo llegarás a saber. Lo cierto es que los otros rapsodas parecen tomarse muy en serio el asunto: uno de ellos lleva, incluso, un traje que se asemeja a los que portaban los del 27 en su célebre fotografía. Así, con hastío y frustración, te terminas de un sorbo el cubata y sales del local: basta ya de perder el tiempo en ceremonias inútiles. Te vas. Ni tan siquiera te despides de tu prima. Adiós, adiós…, repites, dentro de tu atolondrado cerebro.

II

-[0]- Cualquiera de nosotros podría haber vivido lo narrado en las anteriores líneas. Madrid (y no sólo Madrid) es una colmena interminable de semipoetas que intentan hacerse notar –inútilmente– por entre los bares, las aceras y las calles corroídas por el tráfico. El mito de la cultura palpita desaforadamente entre determinados locales de la capital, y los responsables de ese pálpito son hienas con lengua de regaliz y dientes de caramelito blando: se reúnen entre sí para alimentar su propia cólera lírica esperanzados por hacer buenas migas con alguien que les pueda enchufar en esta o aquella editorial y así encontrar un hueco en el alambicado panorama poético español. Los recitales no se realizan para que el público aprecie y saboree versos estimables (esta es la idea de recital que sostienen los que nunca han acudido a uno) o para que el lector descubra nuevos talentos, sino para que unos pocos ensanchen y extiendan su red particular de contactos poemánticos mientras un grupo de diez o veinte personas fingen escuchar (de ahí la endogamia existente en tales ceremonias: casi todos los que acuden, intentan alguna rimilla). En definitiva, estos eventos no se organizan nematológicamente en beneficio de terceros (como hizo Lorca con La Barraca, por ejemplo), sino para que cuatro tipos se doren la píldora entre sí mutua y cínicamente a la vez que ascienden hacia la cúspide montero-visoriana del género, poblada en su mayoría por adeptos a una poesía de la experiencia ya muy exangüe y renqueante.

–[[00]]– Porque ya lo sabemos: lo que algunos han llamado «poesía de la experiencia» consiste en un intento de conjugar, de manera más o menos acertada, poesía y rentabilidad económica; y más allá de ese «lenguaje coloquial entiendible por todos» que suscriben y defienden los gerifaltes y sus epígonos (muchos de ellos acérrimos asiduos a este tipo de eventos), lo que encontramos en la corriente lírica hegemónica es una maniobra estilística cuyo fin es permitir que el poeta se gane la vida con su escritura (hecho tan respetable como utópico). Los poemas de quienes divagan por dichos derroteros suelen poseer una escasa calidad ideático-verbal, pues se niega la posibilidad de experimentar con el lenguaje y las ideas en pos de una supuesta «democratización» hipostática del género, dando como resultado un conjunto de poemas excesivamente repetitivos que emplean los mismos tópicos y fórmulas lingüístico-rítmicas y que, incluso, en los desarrollos más masivos del movimiento (véanse los poetuiteros o los poetillas de Instagram), llegan hasta el extremo de contener los mismos sintagmas, las mismas metáforas y los mismos versos absolutamente calcados, repetidos hasta el infarto. Este claro lisologismo ontológico-estético ad populum et ventas, desemboca en una poesía kitsch, que se puede hacer como se hacen los churros, y que se caracteriza por su recursividad y su recurrencia (si tomamos como modelo la teoría del genio de Jesús G. Maestro), además de por su ancilaridad o servilidad (pero esta vez no con respecto a determinadas ideologías políticas, sino en relación a la calamitosa vida emocional de lectores pseudoadolescentes que recurren a este tipo de literatura como se acude a un psicólogo o a un libro de autoayuda). Por ello, a los poetas que quieren ir un poco más allá no les queda otra opción que el silencio y la resignación a mansalva: si quieres publicar, ¡corre, si puedes, a por un apoderado!

—[[[000]]]— Contra este tipo de poesía se articula la poética de Charles Pouzols, cuyo modus operandi no es la mera narración de una experiencia determinada «entendible cognitiva y sensiblemente por todos», sino la individuación de la misma con el objetivo de extraer de ella su componente simbólico esencial, accediendo así más fácilmente al alegorismo literario. Él mismo dice que hay que resquebrajar desde dentro la idea de “poesía de la experiencia” mediante tal método poiético. Asimismo, contra este panorama autista y depredatorio se articulan sus intervenciones en recitales, jams y demás eventos. Sus puestas en escena se caracterizan por emplear la posironía: el público ausente espera aburrirse mientras permanece en completa seriedad y solemnidad; el endogámico, por su parte, sólo quiere subirse al estrado para ver si hay suerte exhalando su versorrea. Charles, rompiendo con sendas dinámicas, inyecta un componente humorístico y, en cierta medida, algo violento, que desestabiliza, como diría Ernesto Castro, tanto sus propias creencias preirónicas como las de los oyentes desde un regressus hacia las mismas, mandando así un mensaje claro: seamos sinceros, ninguno de nosotros está aquí por lo que finge estar. Al mismo tiempo, lucha contra el estereotipo de poeta-cultureta que representan los demás integrantes: personifica la figura de un hombre ebrio e ignorante que no sabe nada de literatura y que, sin embargo, logra sorprender al personal al recitar unos versos que, desde luego, no podrían haberse escrito sin un número considerable de lecturas previas. Muchos espectadores, como es natural, llegan a sentir repulsa hacia Charles Pouzols. Creen que es un tarado o un impresentable. No obstante, su locura, al igual que la del Quijote, es una locura muy cuerda. Logra enfrentar a toda esa turba de poetillas contra la realidad más inmediata, destruyendo así sus ingenuas pretensiones. Detrás del humor y la impertinencia fingidos de Charles se halla una teoría sobre la poemancia (o si lo preferimos, sobre la sociología de la literatura) que se basa en el nihilismo contracultural, que tiene en cuenta todas las ideas expuestas más arriba y que, por último, propone a la ya mencionada posironía como mecanismo resignado de desmitificación, desengaño y crítica.

III

-[0]- El lector ya habrá advertido que estamos ante un poeta que apuesta por la marginalidad, el silencio y la disidencia activa. Indicativo de ello es que Charles no haya publicado nada hasta la fecha a pesar de la existencia de El oscuro jardín de mi rostro (según me comentó, una antología de poemas de juventud), Heroína fantaerótica, Elvis Presley sigue vivo, Potlach, Los ángeles cojos (el libro más breve de todos) y el presente poemario, además de las obras de teatro Apolonia y El sedimento del cordero. Dentro de este entramado literario, hemos de ubicar a Soy humano // niño salvaje entre la recopilación de poemas juveniles y Heroína fantaerótica, pues fue escrito alrededor del año 2016, cuando el autor contaba con unos 24 años. En aquella época de universidad y entusiasmo Charles conoció a Juan Ángel Asensio e, inmediatamente, junto a otros colegas, conformó el Colectivo Vitalismo: un grupo de carácter poético que se vio influenciado por los beats y los infrarrealistas mexicanos, apostando por recitales despojados de la pompa habitual con la que se llevan a cabo y adquiriendo una estética natural y desenfadada. El grupo se disolvió poco después, y tanto Charles como Juan Ángel apostaron por la soledad literaria. Charles volvió a participar en recitales, pero manteniéndose inédito. Juan Ángel, por su parte, publicó locos // santos // salvajes (2017, escrito en el mismo periodo que Soy humano // niño salvaje), Huesos de ballena (2019) y Antología poética de la especie humana (ídem) antes de adentrarse en un silencio autoimpuesto debido a los diversos sinsabores que le produjo la poesía y el mundillo que la circunda.

–[[00]]– Los mismos sinsabores experimentó Charles: por eso se sumergió aún más en el anonimato. Muy pocos han tenido la suerte de leer de primera mano sus poemas. Yo, a causa de nuestra amistad, he leído casi toda su obra. Digamos que, como Fernando Merlo, nuestro autor ha intentado ser un asesino «de congéneres cursis, de elegantes / poetisos de salón», aunque con un temperamento más sereno y menos militante. Asimismo, al igual que el poeta malagueño o Leopoldo María Panero, Charles ha hecho de la droga uno de los ejes vertebrales de su poesía. Según la clasificación de Germán Labrador, gran parte de su producción lírica entraría dentro del subgénero drogado del viaje interior alucinatorio, cuyos rasgos son los siguientes: 1) el empleo del fenómeno visionario (imágenes visionarias, visiones y símbolos) y 2) la proliferación de la anécdota experiencial como elemento de trascendencia determinante. Pero de esto, y de otros asuntos más técnicos, hablaremos en el próximo apartado.  

IV

-[0]- Allen Ginsberg, Mario Santiago Papasquiaro: dos nombres que tenían un hueco en este prólogo mucho antes de que yo lo concibiera, o incluso mucho antes de que Charles me invitara a escribirlo. Si queremos comprender su poesía debemos empezar por evocar a Ginsberg y a Papasquiaro, a Papasquiaro y a Ginsberg, lentamente, porque constituyen los cimientos sobre los que se erige la obra, la concepción literaria y la actitud contracultural del autor de Soy humano // niño salvaje. Los ecos ginsbergianos se perciben desde el principio: «y sé que lloraré y lloro al pensar en mi madre / durmiendo en la cama con sus perros, perros que / ladran a la oscuridad». Este pasaje, perteneciente al primer poema (sin título) del presente poemario, nos recuerda al principio de ese otro gran poema del norteamericano, titulado Kaddish: «wept, realizing how we suffer». Tanto en la composición de Pouzols como en la de Ginsberg estamos ante una elegía a la muerte de la madre (en el caso del primero, es muerte en potencia): las dos trabajan sobre el concepto de plegaria religiosa secularizándolo, copiando su tono solemne y consiguiendo con ello una impresión de autenticidad poética, es decir, que entre los yoes poéticos y autoriales de ambas existe una transitividad absoluta: el yo autorial delega completamente en el yo poético; no hay atisbos de ficción, no hay líneas que delimiten autobiografía y fábula.

–[[00]]– La impronta de Papasquiaro se halla más difuminada que la del beat, pero también la observamos en las referencias directas a las drogas, en los elementos transculturales, en el empleo insistente del fenómeno visionario y en la elaboración de determinadas ideas capitales: tanto para Mario Santiago como para Pouzols lo salvaje no conforma lo ajeno, id est, lo inhumano; sino todo lo contrario: lo salvaje es lo esencialmente humano, lo inherentemente humano, ese núcleo primordial que se ha ido recubriendo con siglos y siglos de civilización y progreso. Este es el punto de unión entre sendos poetas, pero Charles complejiza algo más dicha idea: lo salvaje-humano sólo se da originalmente en la niñez, cuando el individuo depende por completo de las relaciones paternofiliales y comunitarias para su pervivencia. El mantenimiento de estos lazos es lo que dotaría a las personas de plena humanidad, sin embargo, con el paso del tiempo, dichas uniones se romperían debido a la acción de la muerte: la madre fallece, y la compañera sentimental (prolongación evolucionada de madre salvadora) vuelve a dejar huérfano al yo poético. En este momento el emisor del discurso lírico pierde toda su humanidad (toda su niñez), e intenta recuperarla a través de dos vías que finalmente convergen: la espiritualidad budista muy sincretizada con otras religiones (como el cristianismo) y el consumo de drogas. En términos del Materialismo Filosófico diríamos que, para Charles Pouzols, el espacio antropológico tendría su núcleo en el eje radial (relaciones ser humano-naturaleza), su desarrollo o plenitud en el eje circular (relaciones entre seres humanos) y su curso o disolución en el eje angular (relaciones ser humano-divinidad). Por ello no es baladí señalar que el poemario nos introduce en un viaje psíquico lineal, o incluso psicotrópico, que va desde lo más concreto y material (la pérdida de dos seres queridos) a lo más abstracto, etéreo e intangible (la ascensión del espíritu). El yo poético, en la última parte, declara su fracaso con respecto a esto último: «No he conocido el arhat // pero las setas me mostraron un / coyote andando sobre sus patas traseras con túnica raída» (en “Tathagata”). Lo que se deduce de los últimos poemas es lo sucesivo: los individuos necesitamos vínculos afectivos materiales para poder realizarnos plenamente como seres humanos. Los lazos con la divinidad son meras herramientas para llegar al único objetivo real: acercarnos a esa materialidad afectiva primaria, bendita, de la madre con sus indefensos retoños. 

V

Este prólogo no podría haberse realizado sin la colaboración indirecta de Allen Ginsberg, Ernesto Castro, Fernando Merlo, Germán Labrador Méndez, Jesús G. Maestro, Ángel Luis Luján Atienza y Jaime Olmedo Ramos (delegación autorial, transitividad del yo poético), Mario Santiago Papasquiaro, Carlos Bousoño (fenómeno visionario) y Gustavo Bueno (Materialismo Filosófico).
× ×
A Charls: Gracias infinitas
por hacerme partícipe de tu primer poemario.
Es un honor formar parte de aquello a lo que admiro.
× ×
Para los niños salvajes que divagan
por las calles del mundo: porque sé que, por encima de la luz,
seguiréis escribiendo palabras, frases, líneas, libros…
aunque sepáis que todo ello es perecedero,
pasto del silencio más interminable.

D. G. L.

* * *

Este prólogo, correspondiente al poemario inédito Soy humano // niño salvaje, de Charles Pouzols, fue terminado el día 11 de septiembre del 2021. Inicialmente, mi escrito se titulaba “Un poeta anónimo y sus pájaros de azufre”. De ahí extraí la idea para el nombre de este humilde espacio internetero.

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