Tres claves para leer “Chilean Electric”, de Nona Fernández

El desierto todo preñado de arena 
como un pozo de despedidas inútiles.
RODOLFO BERETRUTTI

* * *

((Hace unos días me encontré este texto tirado en el pavimento de una de las calles aledañas a la Facultad de Filología de la UCM. Lo transcribo literalmente porque me hizo muchísima gracia. No sé qué clase de persona puede ser tan ridícula como para escribir tales sandeces sobre un libro. De todos modos, pasé un rato jovial leyéndolo. Aquí lo tenéis)).

* * *

Bienvenidos a mi primer artículo. Estoy súper emocionada: ¡yuhuuu! Bueno, en fin, calmémonos un poco… Me gustaría hablar sobre un libro que cambió mis esquemas mentales. Se trata de Chilean Electric, ¡cuya magnífica autora no necesita presentaciones! Ups, perdonadme, es que no me controlo… ¡Vayamos al grano!

I

En la presente novela existe una idea dual de iluminación. Por un lado, tenemos la luz eléctrica (artificial), cuya principal característica es la inoculación de un efecto cegador en quienes se hallan bajo su influjo: «la luz se expandió como una peste brillante iluminando todo a su alrededor, hipnotizando al público para generar necesidades desconocidas» (31). Dicha vertiente nos remite, además, a una concepción lineal del desarrollo tecnológico que impide la valoración del pasado como elemento constructor de identidad, o como zona temporal que afecta de manera determinante y negativa al presente –y por eso ha de sanarse o repararse–: «la luz es metáfora de su desarrollo [el de Santiago], el bien más preciado» (79). La luz artificial –asociada al capitalismo pletórico de las «companies» y a la dictadura pinochetista conchabada con las anteriores– produce ceguera en la medida en que imposibilita la contemplación del pasado, esto es, la recuperación terapéutica de las atrocidades de la dictadura o, incluso, el ahondamiento en los felices recuerdos íntimos a través de la memoria –muy asociada a la escritura–. Por otro lado, nos encontramos con la luz natural: tanto las luciérnagas campestres, como las velas de la plaza de Armas o las lámparas antiguas de aceite se incluyen en la segunda variante. Al contrario que las primeras, estas luces tienen la capacidad de dar a conocer lo olvidado, lo sombrío: eso que se explicita mediante el lenguaje después de haber realizado, transcurrido el tiempo, el ejercicio mnemónico correspondiente.

II

La situación simbólica de la ausencia de ombligo –punto semántico central en la novela– entraña el siguiente significado real: la inexistencia del pretéritoo, más bien, el borrado consciente del pretérito. Recordemos que Adán, por ser el primer hombre y no haber nacido, en consecuencia, de mujer alguna, debió de carecer de ombligo: él era un hombre sin pasado, al igual que la abuela de la narradora autoficcional. Sin embargo, algo les diferencia: la idea de desarrollo ya expuesta –trasplantada a Chile, entre otros, por los Chicago Boys– aniquiló el ombligo de la anciana, por eso intenta asir aquella memoria a través de le narración de diversas historias para su nieta; acción que, momentáneamente, le devuelve esa «especie de ojo que nos mira hacia adentro» (28).

III

Por último, quisiera subrayar la estructura cíclica e iterativadel texto. En el final del mismo observamos que la enunciante se introduce, como narrador autodiegético, en la historia ficticia contada por su abuela al inicio, perteneciente a la llegada de la luz a la plaza de Armas de Santiago: «veo algunas siluetas adentrarse en la plaza. Son sombras […]» (104). La implementación de un tiempo fabulístico no lineal, recursivo y, en cierto modo, circular, concuerda con la idea de desarrollo propuesta por la nematología de la obra: para ser tal, cualquier avance técnico, político, científico o social ha de tener en cuenta la presencia de un pasado que lo condiciona y lo altera. Por ello, el regreso al pasado es necesario a la hora de construir, desde el hoy, el futuro.

¡¡Un saludito a todos [-: !!

D. G. L.

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