Morados de afeites y aficiones,
acicalábanse la calva de idiocia regordeta.
VICENTE RUGALES MORA
I
Poeta nefasto con ideas nefastas que no ha sido capaz de superar la Movida. Que se meta de nuevo con Aznar en la ciénaga de la que ambos salieron como renacuajos bamboleantes, como sapos estériles incapaces de remojarse los cojones en el agua putrefacta de un charco. Su poesía sirve para alimentar a los borricos y para limpiarle el esfínter a esos mismos borricos. ¡Tremendo truñazo infecto su discurso! Una vez fui con él a la presentación de una biografía sobre Rubén Darío. Le tocaba decir unas cuantas palabras en el evento porque era el célebre escritor invitado, ese que otorgaría altura y erudición a la charla, pero no articuló nada coherente. De hecho, se notaba que ni se había preparado la intervención, ni se había leído el libro que nos estaba vendiendo junto a otros catedráticos. Con 70 años cumplidos anteayer, tiene una pose de nonagenario terminal con ínfulas de cáncer linfático y cirrosis hepática, mezclado todo ello con incurable anemia, que no la soportan ni sus pobres vástagos: hablando lentísimo, como arrastrando cadenas de tiniebla en su tísica voz y con una prosodia oral cojeante y meliflua, hace que se le duerman las sílabas que supuran desde sus labios colgantes; y sus ojos, atolondrados como dos chirimoyas resecas, están siempre tan cerrados como la caja fuerte del Banco de España. Habla y habla y habla y pronuncia cero: la puta retórica le vence, y también la haraganería. Está realizando un papel ridículo: el del viejo bardo de Guillermo Blake o Jorge Luis Borges. Quizá, por haber publicado unos pocos poemarios y algún que otro libro filológico de absoluta basura (o de línea tan clara como la que se mete las fosas cada amanecer), ya se intuye más sapiente que Zenón de Elea o San Isidoro de Sevilla. No obstante, ahí le tenéis, hierático como si fuese un dios. ¡A lo mejor se cree el Príapo del endecasílabo! Su ridiculez teatralizada (para él etérea) raya lo subnormal. Esa jeta de sofá raído acolchado color caca del año de la polca cretácica, ese gesto de pasillo kilométrico y crujiente, soliviantan, incluso, a los más recalcitrantes discípulos de Rubén Darío (esos que apostaban por el lema del “arte por el arte”), ya revueltos, triturados y difusos dentro de sus ataúdes de lóbrego marfil lacerado. Él quiere construirse fama de “viejo sabio de los tiempos modernos interneteros”, al igual que lo hicieron los gerifaltes de la antigua Roma, solo que va de fábrica con las neuronas desenchufadas. ¡Oh, viejo bardo, averigua nuestro destino, resuélvenos el misterio más profundo del cosmos, pues nosotros somos imbéciles y mortales y no entendemos ni papa!, ¡hazlo, por favor, te lo suplicamos!
II
Ojalá escupir a este becerro en los ojos hasta atravesarle el nervio óptico e incluso el hueso occipital. Qué gusto me daría. Nada mejor que reventar un cráneo con mi propia corrosividad lingüística. Hemos sudado silencio hasta caer como avestruces ametralladas en un bidón de yerbajos. Hemos entrado en la rueda de la castración verbal antes que Prometeo, y desde ese instante portamos un nunca bajo nuestros sobacos. Ojalá lo sepáis valorar, aunque no lo creo. Untamos nuestros nudillos con ñordas de búfalo y después os golpeamos los párpados mientras vestís camisas blancas de terciopelo y americanas de seda fina. Ojalá lo sepáis valorar. Somos el Príapo de la ausencia que se transforma en el Pripyat de la radiación deformante. Nuestros huesos tienen púas de bismuto, y si os acercáis, es probable que las mismas os atraviesen las vértebras hasta deshilacharos la médula espinal en mil jirones. Ojalá decirle adiós a nuestras propias humedades. Ojalá creer en algo más que en la nada. Quisimos creer en algo más que en un puñado de paja quemándose bajo las estrellas, pero no pudimos. Hoy un ogro se acerca a nosotros y nos arranca la lengua de cuajo: lo hace porque, según el imperativo de la materia, así es el mundo. De nuestra boca dolorida mana un chorro de sangre interminable que te golpea en el escroto. Sí, te golpea a ti, payasoeta: a tus propias células, rata sarnosa de galantería, miasma de la decadente aristocracia española. Y mientras, te ríes como una hiena con las tripas ensangrentadas entre los dientes. Ese chorrazo te golpea en mitad de la membrana testicular y te la aplasta con su fuerza clamorosa. La palabra herida te revienta las carnes porque eres un cadáver cariado por la putrefacción alarmante de tus versos de regaliz. Esa es tu ontología. Ah, se me olvidaba: mi abuelo tiene 78 años y aún anda vareando por ahí, entre los cascotes del campo y las higueras. ¿Tú sabes lo que es varear?
III
Tanta gilipollez, tanta estulticia e indignación, tanto y tanto, para nada… La nada es lo que tienes entre las piernas, y también entre esos labios de morsa, payasoeta. La nada es lo que se recoge suavemente en las páginas de tus libros. La nada se posa en tus mejillas y erige allí una colmena de ausencias. La nada te persigue como un perro fiel entre peñascos de cieno. Sin ir más allá, la nada se sumerge en tu esófago y sale chillando entre los carrillos arrugados y fofos de tu culo de viejo apestante. No entiendo cómo una poesía tan absolutamente pésima puede recibir un premio nacional. Se premia lo mediocre. Se premia a la leña y a las pavesas del olvido. Se premia lo que el tiempo no premiaría jamás, bajo ningún concepto ni ninguna concesión remota; sólo que el tiempo parece estar de jólideis yupiguáis. Tose, pues. Escupe, gime o solloza. No importa. Ya sabemos que tus eructos son carnaza de antología poética. Por nosotros, como si le pegas un lengüetazo al coño tembloroso de una avestruz sin plumas, qué más da. Te lo publicarán igualmente. Te lo reconocerán porque estás bien rodeado, y ya tienes los medios a tu completa y servil y prostituta disposición. Esa es tu cumbre hedionda. Agarra un cuchillo y apuñala una fresa: esto también te lo publicarán, y recibirás por ello el galardón al mejor poema del año. ¡Qué más da! Atraviesa tu tráquea con una motosierra histérica. Hazlo. ¡Hazlo y recibe otro doctorado honoris causa, di que sí! Estás vigilante sobre tu lejana cima, moviendo a tu antojo las aristas de un sol de alquitrán desollado. Desde lo alto saboreas lúbricamente las delicias de los cuerpos textuales que mataste o abandonaste en las cunetas. ¡Qué más da! ¡Lo importante es vender poemitas, comer, dormir, follar (cuando tu pellejo te deja) y vivir del cuento sin pegar un solo palo al agua en toda la mísera vida! Otros tuvieron menos suerte que tú. Otros se machacaron los dedos con múltiples martillos. Otros, para poder comer, incubaron sus callos bajo la agonía del acero, y, al siguiente día, mancháronselos con sulfatos nocivos. Fernando Merlo. Aníbal Núñez. Constancio Suárez. Francisco Jarama. Charls. Juanan. Rugales Mora. Asunción Salas i Tuer. (Perdónenme, me dejo a muchos… Pero nosotros somos todos ellos). Somos el callo sulfúrico que te abofetea la frente por Navidad. Somos la nada que está debajo de tu nada. Losas de granito. Mamuts. Losas de granito y osamentas y batracios caerán sobre ti, pútrido. Más que pútrido: Podredumbre Vertical Hecha De Huesos & Intestinos Malolientes / Tarro De Anchoas Caducadas Rodeado De Moscas Epigonales.
* * *
PD: hay un código oculto en el texto. Si quieres saber de qué poeta hablo, encuéntralo.
D. G. L.