Teoría de los nódulos de significación narrativos (II)

Y se posan sobre mí las ciénagas del mundo: 
los halcones, las navajas, los silencios.
OSWALDO UCHTER-ORLSKÁ

╠ª\╨╫ // CARÓTIDA RAÍDA

V

A la hora de escribir, el sujeto operatorio interactúa con el significado de las palabras de manera continua, problemática y dialéctica. Todo párrafo, toda oración y todo sintagma es fruto de una tensión polarizada cognitivo-verbal –sufrida por el actante– que ha logrado resolverse a través de una síntesis lingüística más o menos conseguida. En dicho particular pathos, el escritor se relaciona con el lenguaje mediante dos vías distintas.

VI

▐1. Vía de la precisión. En esta relación actante-lenguaje abunda la reiteración constante de un léxico muy especializado: «El esquema de conexión diamérica entre los términos “A” y “B” de un par de conceptos conjugados no procede tratando globalmente a los términos “A” y “B” como “enterizos”»[1]. Como vemos, en el citado extracto se repite el mismo léxico con el fin de eliminar la ambigüedad o cualquier posibilidad de interpretación errónea por parte del lector. Asimismo, las deixis proliferan frecuentemente. Los textos viaprecisos comprenden los de tipo filosófico, científico o periodístico: en todos ellos su constructor proporciona una información cuya sustantividad recae en su literalidad, prescindiendo así del biplanismo. En el ámbito de la novela, dicha vía se manifiesta cuando el escritor está narrando una situación fronteriza necesaria para comprender un nuevo nódulo de significación: en tales escenas –que denominaremos como hebras de acción– se nos relatan hechos sin alegorismo, id est, momentos de precisión semántica.

VII

░2. Vía de la profusión. Leamos los siguientes versos: «y el cuarto iluminado / es una palpitación de joven felino»[2]. Un matemático, al encontrarse con esta imagen visionaria, nos diría que un «cuarto iluminado» jamás puede identificarse con «una palpitación de joven felino» porque, en principio, no hay ningún rasgo lógico que común entre los elementos A y B. Estaríamos, por tanto, ante una asimilación falsa o equivocada desde el punto de vista operatorio. Sin embargo, tratándose nuestra cita de un texto poético, hemos de advertir que nuestro amigo matemático estaría cometiendo un error de interpretación al considerar –quizá de guisa inconsciente– que en la poesía la sustantividad recae en la literalidad del lenguaje. En el poema de Gianuzzi ese «cuarto iluminado» no quiere decir semántica y únicamente «cuarto iluminado», y esa «palpitación de joven felino» no quiere decir solamente lo que se desprende del significado léxico. Como vemos, hay una profusión de significados connotativos (alegorismo latente) detrás de estos signos que, por cuestiones de espacio, aquí no vamos a poder clarificar. De esta manera, los poemas se yerguen como los máximos exponentes de la viaprofusión al igual que los textos filosóficos lo son de la viaprecisión. Cuando observamos un texto con múltiples connotaciones simbólicas dentro de un desarrollo narrativo, estamos ante un momento de profusión semántica cuyo proceder centrífugo –y no centrípeto, como en la viaprecisión– nos concede la posibilidad de asir el alegorismo de la obra[3]. El nódulo de significación conformado por el variado flujo semántico se postula, pues, como el eje alrededor del cual pivotan las hebras de acción, que sirven para codeterminar y delimitar la extensión nematológica del plano alegórico. Así, a cada nódulo le corresponderá una hebra, pudiendo ésta ubicarse antes o después del mismo.

VIII

Si la hebra de acción se sitúa tras el nódulo de significación, éste último lo denominaremos como catáfora simbólica. Si ocurre lo inverso, lo llamaremos anáfora simbólica. Quiero resaltar la importancia de nominalizar sendas subespecies viaprofusas ya que, como hemos comentado más arriba, la especial conexión que éstas realicen con sus correspondientes segmentos viaprecisos es decisiva para extraer el alegorismo: las hebras son, finalmente, un conjunto de pistas mediante las cuales podemos acotar el sentido no-literal que descansa en los nódulos. Además, cabe señalar que la relación entre los dos elementos no tiene por qué darse de manera contigua o inmediata: podemos observar cuatro hebras juntas, o tres nódulos juntos, y, veinte páginas más tarde, encontrar sus respectivos homólogos. Del entretejimiento, la imbricación y el solapamiento inseparable entre hebras y nódulos resulta el texto novelístico, ya convertido en tejido semántico total que ha de interpretarse. Las hebras, diríamos, son como las cuerdas con las que se enrollan y enlazan los nódulos; ellas otorgan verosimilitud nematológica a la historia. Los nódulos, por su parte, dotan de profundidad semántica al conjunto literario: en el transcurso torrencial del tiempo, dicha profusión blindará a la obra ante los embates vertiginosos del olvido.


[1] Extraído del sacro artículo “Conceptos conjugados” (El Basilisco, 1978), de Gustavo Bueno.

[2] Versos pertenecientes al poema “Mi hija se viste y sale”, de Joaquín Gianuzzi. Disponible en la web. ((Alabado sea San Google Pantocrátor: amén)).

[3] Un santo sacerdote diría que los nódulos son ventanas iluminadas hacia el Más Allá. Aquí somos un poco más materialistas: nos gustan los chuletones a la brasa y las pechugas de cotorra en escabeche. ((Amén)).

D. G. L.

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