¿Dónde erráis, sujetos sin cabeza?
Os valierais más abucheándoos
que si persistís en tales lindes.
FULGENCIO ABALES
I
Hace unos días, a través de la plataforma yanqui de vídeo YouTube, tuve la oportunidad de formar parte de una acalorada confrontación. El debate chispeaba entre una serie de liberaloides (que para el que no lo sepa, suelen autoerigirse dudosamente como adalides de la Hispanidad) y otras personas que ejercían una crítica hacia ciertos fundamentos de los primeros. A raíz de uno de los comentarios donde explicitaba una contradicción que, a mi juicio, lastra a dicho ideario (dije que defender «irrestrictamente el proyecto de vida del otro» invalida las censuras liberales a la ideología de género), un usuario me espetó –quizá de manera algo rápida, inopinada y vacua– que defender un hecho científico no era algo contradictorio, pues la ciencia se relaciona con la lógica. A continuación, copiaré la respuesta que le di. (Espero que os sea leve mi terrible sintaxis diarreica de andar por casa en zapatillas, bata sucia y colacao en mano). Ahí os va: ¡si sois valientes, podréis leerlo!
II
–EGO DIXIT: No, te equivocas. Lo contradictorio no es defender un hecho científico. Lo contradictorio es abogar por la absoluta subjetividad atomizante emanada de esa máxima moral de «defender irrestrictamente el proyecto de vida del otro» y, a la vez, postularse a favor de la objetividad que irradia el hecho de que sólo existe el dimorfismo sexual. Claro, que lo fácil es juntar churras con merinas y afirmar que tal cosa no es contradictoria, pero sí que lo es, ya que moralmente (recordemos que la moral, según Gustavo Bueno, es el conjunto de normas dirigidas a la salvaguarda de la existencia grupal) sí es muy objetivo no respetar, no tolerar e incluso destruir el proyecto de vida de un asesino en serie, pues sus metas entran en conflicto total e irreconciliable con las libertades e intereses de colectivos e individuos. Este es el peligro de hablar sin ton ni son de manera gaseosa, grosera, indefinida y absolutamente de boquilla: a poco que uno escarba, no es muy difícil toparse con diversas contradicciones. Si defendéis «irrestrictamente el proyecto de vida del otro», tenéis que saber que os ubicáis en una cosmovisión profundamente subjetivista y atomizante de la realidad. Por dignidad intelectual, no deberíais renegar de una cosmovisión de la que previamente os habéis apropiado; pero lo hacéis, porque lo vuestro no es racionalizar sino repetir las consignas de uno u otro ideólogo sin tener en cuenta las consecuencias de la deformación conceptual propiciada. Reiteráis la misma susodicha frasecita hasta la extenuación porque os suena muy bien y se os antoja muy muy cool: para vosotros, esas salmodias son como un sonajero guay que es apetecible usar cuando existen ganas de armar un poco de jaleo o de bulla (¿disidencia?)… En fin… Te recuerdo que la ideología de género tiene su principal figura filosófica (de hecho, es su fundadora, sistematizadora y principal difusora académica) en la grácil señora de Judith Butler, una filósofa precisamente (y que se note bien, muy bien, este precisamente) estadounidense que ha conseguido trasladar esa subjetividad atomizante al plano anatómico ejerciendo, así, una disolución de los conocimientos científicos casi en su totalidad e incurriendo, además, en un burdo reduccionismo psicologista (Mi=M2, en la coordenadas del filomat) de la biología humana. Traigo a colación esto porque Butler no es rusa, china, cubana o nordcoreana: es de Estados Unidos; justamente la patria en la que nació esa bandera de serpiente, aforismo y fondo amarillo tan amada por vosotros y con la que, a veces, tanto os morreáis y otras, en cambio, tanto os peleáis (pero eso sí, lo segundo de manera inconsciente, ¡vaya!). No estaría nada mal que buscarais un poquito de claridad en vuestros cerebros. Sólo lo digo como consejo. Aunque, por desgracia, sé que no lo vais a hacer jamás.
III
Después de vomitar tal parrafaco, me fui a dormir. He de confesar que yo, hace unos años, también coqueteé con las ideas del liberalismo. Era una época de confusión vital y existencial: recuerdo que discutí en clase con un compañero que interpretaba de guisa talmúdica los programas de todos los partidos comunistas de España: para él, lo contenido en esos papeles era la absoluta verdad («mira esto, mira lo otro, ya verás cómo está en la web del PCE», decía, desgañitándose). Hoy también discutiría con él; no obstante, lo haría con bastante más tacto y comprensión, con más suavidad y afabilidad: cuando el desapasionamiento para con las ideas propias nos invade y domina, nos tornamos mucho más cordiales a la hora de intercambiar diferentes enfoques opuestos… En definitiva, la izquierda que me habían vendido desde pequeño no era lo que me esperaba, y la derecha española tampoco ofrecía una defensa consistente y directa de la Hispanidad –esto es, de lo común y lo colectivo, de lo que nos puede unir– pues tanto VOX como el PP brindaban (y brindan) un apoyo puramente cosmético y retórico a nuestro país y a la superestructura engendrada entre él y otros. Esta deslocalización hizo que me sumergiera –como un ciego o un ingenuo rematado– en las ideas liberales con el fin de hallar un último tronco salvador en la agónica y peligrosa inmensidad del océano de la política, mas no lo encontré. Hoy, en febrero de 2022, podría decirse que ya no necesito tales soportes: soy un sujeto hidropónico con respecto a los ideales políticos; y quizá sea esa la manera más sana de existir socialmente. Desde luego, la distancia emocional que nos ofrece dicha situación obliga a que ignoremos el circo propagandístico y mediático de una democracia corrosiva, engañosa y obsoleta; de una forma de funcionar que consiste más en una perpetua disfunción que en alcanzar con eficiencia las metas nacionales o la eutaxia para asir, al final, el progreso conjunto.
D. G. L.