Mario Santiago Papasquiaro: la estética de la disidencia

¡Oh sus cuatro gorgas, asombrosamente 
mal plañidas, madre: tus mendigos!
CÉSAR VALLEJO

I

Muchas veces he hablado con algunos amigos sobre las razones por las que un autor llega a ser canonizado, editado y recordado post mórtem. La única conclusión a la que hemos llegado tras estas conversaciones es que, si bien la calidad literaria es un parámetro a tener en cuenta, no depende sólo de ésta la canonización. Dentro de las múltiples variables que están actuando en el proceso de fijación trascendente de un autor, hay algunas que son tristemente caprichosas, arbitrarias o aleatorias: el haber nacido cinco años antes o cinco años después, el ser amigo de tal escritor o no, el que un jurado juzgue como bueno tu libro o en cambio lo repudie (recordemos lo que le sucedió a Luis Martín-Santos con su fantástica novela Tiempo de silencio), el moverte por unos círculos o por otros, e incluso, el haber nacido en esta u otra ubicación geográfica son algunos de los parámetros con que la fortuna premia u hace olvidar a artistas de toda índole.

II

Dentro de estos artistas arbitrariamente olvidados y en los bordes de la marginalidad se halla un poeta mexicano: Mario Santiago Papasquiaro. Amigo incondicional de Roberto Bolaño, no será un desconocido para los lectores del escritor chileno, pues el mítico personaje Ulises Lima es su trasunto ficcional. Muchas son las razones por las que se ha ignorado, o medio ignorado, la figura de Papasquiaro: su fuerte carácter y su condición indócil hicieron que se granjeara muchos enemigos dentro de los cenáculos de la capital mexicana en los últimos años del pasado siglo, enemigos que siguieron vivos después de que acaeciera la prematura muerte del poeta a los 45 años de edad (en el año 1998). Además, se ha interpretado su poesía como una especie de refrito de las Vanguardias, sin analizar detenidamente lo novedoso de la misma y pasando por alto muchos de los matices que hacen única y especial su voz. Para ilustrar esta aversión hacia Papasquiaro, cito el siguiente párrafo de un artículo de Juan Cepeda (titulado «Los estropeados versos de Papasquairo: a veinte años de su muerte»): «La poesía de Mario Santiago parece desquiciante, como si estuviera escrita al margen de las reglas, fuera de los cánones de su propio oficio. Los versos están hechos con un desaseo sintáctico. A veces da la impresión que construyó una escritura que prefiguraba las formas que ahora vemos en redes sociales y en las conversaciones de jóvenes millenials y eternos cuarentones, haciendo caso omiso de la gramática y la ortografía para concebir nuevas formas de comunicación». Como vemos, el rechazo hacia la estética de Papasquiaro es fulminante: la inclusión de palabras malsonantes, de versos soeces, de símbolos como la & (nexo copulativo) o la / (para indicar una pausa, etc.) son fenómenos que, aparte de la clara ruptura con la gramática convencional, no sentaron bien, ni sientan, a ciertos lectores acostumbrados a otro tipo de poesía. Ya Góngora tuvo que sufrir juicios parecidos y prejuicios varios hasta que Dámaso Alonso y otros críticos y poetas supieron interpretar la genialidad del cordobés. También padeció juicios similares César Vallejo cuando publicó Trilce, poemario que muchos calificaron simplemente como un «exceso de juventud» sin adentrarse ni tan siquiera en su análisis.

III 

En Papasquiaro vemos cómo la riqueza de su poesía es a menudo un impedimento para que la misma sea valorada: en ella se va desde lo brutal a lo tierno, desde lo bello a lo asqueroso, desde lo coloquial a lo culto, desde T. S. Eliot a Raquel Welch; en definitiva, vemos una apuesta por la fusión de polos contrarios (¿patafísica?), de realidades tan distantes entre sí que podríamos estar hablando de un barroquismo posmoderno si consideramos el Barroco no como una corriente histórico-artística sino como una forma atemporal de concebir el arte. Bolaño dijo que el Infrarrealismo (escuela fundada por Papasquiaro y él) era un movimiento literario que se oponía a las élites culturales reinantes en aquel entonces, y que sus antecedentes se hallaban en el Surrealismo y en el Estridentismo mexicano: de ahí, de estas raíces, bebería Papasquiaro para construir un mundo poético vertiginoso y lleno de dulces peligros. Así, se enfrentaban a la estética de otros escritores como José Emilio Pacheco, Octavio Paz o Carlos Monsiváis, a quienes consideraban mafiosos oficialistas. El canto de Papasquiaro, por lo tanto, no es solo un quejido desarticulado y precoz: es la pretensión consciente de romper los parámetros canónicos de la poesía de entonces, la querencia de quebrantar el horizonte de expectativas tanto de lectores como de críticos, y como bien sabemos, muchas veces tales rupturas no son debidamente valoradas en el momento de su eclosión: hay que esperar unos cuantos años o décadas hasta que se afianzan como paradigmas originales o dadores de frescura literaria.

IV

Definitivamente el poeta de raíces indígenas, de pelo negro, bastón raído y barba desordenada es uno de los máximos representantes de la disidencia estética y la renovación formal en la poesía hispanoamericana de finales del XX. Su carácter excéntrico –junto a su amplísimo conocimiento sobre literatura y otras artes– es el motivo de su gloria a niveles cualitativos y, asimismo, la causa de su desgracia a niveles de difusión. Hoy quiero reivindicar la figura de este gran autor; quiero subrayar su obra, su trayectoria y su particular ideosincrasia para que la justicia poética (si es que existe, aunque no lo creo) cumpla con su inalcanzable y tetramuda función.

V

William Shakespeare llega a Chilpancingo                                                                                        casi rompiéndose la cresta                                                                                                                              en 1 accidente de avioneta
1 tejón (de los sonámbulos) lo mira con sigilo
1 federal de seguridad le tira & no le atina
William Shakespeare llega (como quiere) la cadera aún caliente & olorosa el cráneo invadido de llameantes salamandras encajadas como almohadas de roca & musgo
William Shakespeare se pierde en Chilpancingo –del cabaret al ginecólogo– viaja ya parado de puntas ya besando la quijada de su antilecumberri paulatino su sangre-túnel su helicóptero-espinazo la brujísima voluntad el capricho en vuelo sobre el que monta & pare exclamaciones en su huida
William Shakespeare / que sembró su maceta de viruelanegra en Chilpancingo
excursión en camino real intoxicación que ahora paladeamos como clásica William Shakespeare ajedreceando en Chilpancingo
MARIO S. PAPASQUIARO 
Jeta de santo, p. 114.

D. G. L.

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