Sobre los recuerdos

Rememorando los días que perdí, 
hice que las farolas llovieran
cascadas de quásars aún frescos y vivos.
ÁNGELA M. FRAISÉLYKO

I

Los atardeceres lluviosos poseen un encanto que nos anima a realizar ciertas reflexiones especiales, ya sea en compañía o a solas. La semana pasada, como todos sabemos, el cielo de Madrid se cubrió de nubes grises y ruidosas; hecho que, indudablemente, nos condujo a un ambiente melancólico y gélido. En medio de este tipo de tormentas las calles adquieren tonos singulares; pareciera, como ya dijo Borges en un magnífico soneto, que «la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado». Fue ahí, en esas horas de paseos agradables junto a altos edificios y aceras plateadas, cuando un tema –en realidad más cercano a la poesía que a la psicología– salió a la luz entre dos de mis amigos y yo. El asunto, acorde a la situación ambiental, no pudo ser otro: los recuerdos. Pero, ¿qué son los recuerdos?, ¿cuál es la naturaleza de los mismos? Tras unas horas de conversación y otras más de reflexión, expondré las conclusiones a las que llegamos entre la literatura, el agua y la afable amistad.

II

William B. Yeats, en un ensayo sobre el simbolismo en la poesía, relató una anécdota curiosa: él, un día, estaba escribiendo un poema y de repente se le cayó la pluma al suelo, lo que provocó que, al recogerla, se acordara de una «fantástica aventura» y, al segundo, de otra por el estilo; después, cuando se preguntó sobre cuándo habían ocurrido tales hechos, se percató de que eran sueños que había tenido durante varias noches. En esta anécdota, claramente, podemos percibir una de las características principales de los recuerdos: su estado difuso o, incluso, su cariz onírico y maleable. En realidad, ¿en qué se diferencia un sueño de un recuerdo, si no es en que el primero es fruto de una realidad interna e inconsciente? Los recuerdos, al igual que los sueños, participan de una naturaleza muy difuminada, de una naturaleza tan leve e imprecisa que bien podría proyectar hacia el afuera vivencias y acontecimientos que nunca existieron. Llegados a este punto, es oportuno recalcar algo: los recuerdos, además de poseer la esencia neblinosa ya mencionada, poseen otra característica que está también presente en su trasunto noctámbulo: la idealización. La diferencia entre la idealización onírica y la mnemónica es que la segunda se produce después de que haya acaecido el suceso de que es objeto nuestro recuerdo; en cambio, los sueños son idealizaciones en sí, divagaciones de nuestra mente en las que se rompe cualquier contacto con la realidad externa: al final, acabamos aceptando la creación de lo inexistente. También quiero resaltar otro elemento indispensable en el proceso de la idealización: el olvido. Es posible que este factor sea su desencadenante ya que, a través de él, se eliminan muchos de los matices prescindibles; matices que más tarde, de forma imaginativa y furiosa, se materializarán inevitablemente en el mundo.

III

Tengo para mí que cada persona posee un conjunto de mitos íntimos e intransferibles, unas historias tan alejadas de la realidad como el Apocalipsis o la Divina Comedia: dichos mitos corresponden a nuestros recuerdos. Al igual que las mitologías ancestrales, éstos ejercen una función muy concreta en las hondas concavidades de nuestro ser: explicarnos a nosotros mismos. Las antiguas civilizaciones, desde Egipto hasta Grecia, necesitaron un conjunto de relatos para satisfacer las incertidumbres de su existencia; nosotros, al igual que ellos –y a un nivel menos multitudinario– confeccionamos nuestras propias historias: aunque las mismas tengan una base real –como muchas de los antiguas fábulas–, las hemos deformado interminablemente mediante la pericia de nuestra psique. Y he aquí, pues, otra característica de los recuerdos: su carácter mitológico, su condición mágica y literaria.

IV

A mediados del siglo XX, Emil Staiger (en Basic Concepts of Poetics) intentó establecer una conexión entre varios conceptos arquetípicos y la naturaleza intrínseca de los géneros literarios. No es de extrañar que asociara el recuerdo o lo recordado a lo lírico, afirmando así que tal subgénero poético se yergue, esencialmente, sobre nuestro pasado próximo o remoto. Es cierto que, atendiendo a otros ejemplos –como parte de la obra de Antonio Gamoneda o los poemas de Gil de Biedma–, encontramos una certeza en esa afirmación: lo lírico está compuesto de recuerdos, y los recuerdos, a su vez, de vectores líricos. ¿Podríamos decir que lo soñado también forma parte de lo lírico? Probablemente sí. El problema de esta afirmación es que no tiene en cuenta la poeticidad del instante, de lo breve y lo fugaz: verbigracia, la poesía japonesa y los haikus se obvian. No obstante, ¿qué punto es el que separa el presente inmediato –si acaso existe– del futuro y del pasado? Me gustaría rememorar, para incidir en esta cuestión, unos versos del eterno Jorge Manrique: «Pues si vemos lo presente / cómo en un punto se es ido / y acabado, / si juzgamos sabiamente, / daremos lo no venido / por pasado». Por lo tanto, ¿es posible que Staiger tuviera razón?

V

Entre estas cavilaciones a mis dos amigos y a mí se nos hizo muy tarde. Decidimos que ya era hora de regresar a casa y nos percatamos de que las calles estaban casi secas: tocaban ya las dos y media de la madrugada. Entonces, uno de ellos me dijo algo memorable: «nuestros recuerdos se componen de una serie de fotogramas, de imágenes perdidas que se tiñen, a veces, de colores pálidos y que nosotros, infatigables, intentamos recuperar por honra a la nostalgia». Tras su hermosa afirmación, nos despedimos. La plaza de Sol se iba quedando en silencio poco a poco: los últimos locales apagaban sus luces como queriendo evaporarse, como intentando huir a la dimensión evanescente de la bruma… Yo mismo, en mi escritorio, al lado de una tenue lámpara que me interroga, recuerdo hoy los buenos momentos que viví: esos magníficos días entre cafés, soledades infinitas y antitertulias que se extenuaban hasta rozar la aurora. Pero nunca volverán. Nunca.

En memoria de dos inolvidables 
amistades perdidas: a J. M. M. M. y G. S. P.

D. G. L.

*   *   *
Este artículo fue publicado, originalmente, el día 12 de noviembre
de 2018 en la revista digital “En Plan Culto”.

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